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Persona humana y Doctrina Social de la Iglesia

La Doctrina Social de la Iglesia expone los aspectos principales e inseparables de la persona humana para captar las facetas más importantes de su misterio y de su dignidad. No han faltado concepciones reduccionistas y relativistas, de carácter ideológico o simplemente formas difusas de costumbres y pensamiento, que se refieren al hombre, a su vida y su destino. El Papa Benedicto XVI dice al respecto “Según el diseño de Dios, las personas no pueden ser separadas de las dimensiones física, psicológica y espiritual de la naturaleza humana… los individuos sólo encuentran su auténtica realización cuando aceptan los elementos genuinos de la naturaleza que los constituye como personas. El concepto de persona sigue ocasionando una comprensión profunda del carácter único y de la dimensión social de cada ser humano. Esto es especialmente verdad en las instituciones jurídicas y sociales, donde la noción de persona es fundamental. Sin embargo, algunas culturas, especialmente cuando no están profundamente iluminadas por el Evangelio, son totalmente influenciadas por ideologías de grupo o por una visión de la sociedad individualista y laicista”. Estas concepciones ofuscan la imagen del hombre acentuando sólo alguna de sus características, con perjuicio de todas las demás. 

La persona “no debe ser considerada únicamente como individualidad absoluta, edificada por sí misma y sobre sí misma, como si sus características propias no dependieran más que de sí misma; tampoco debe ser considerada como mera célula de un organismo dispuesto a reconocerle solo un papel funcional dentro de un sistema”. Estas concepciones que falsean y son reductivas de la verdad del hombre, la Doctrina Social de la Iglesia las ha enfrentado, y se ha preocupado por anunciar que los hombres “no se nos muestran desligados entre sí, como granos de arena, sino más bien unidos entre sí en un conjunto orgánicamente ordenado, con relaciones variadas según la diversidad de los tiempos” y que el hombre no puede ser comprendido como “un simple elemento y una molécula del organismo social”. 

La fe cristiana, “es muy superior a estas ideologías y queda situada a veces en posición totalmente contraria a ellas, en la medida en que reconoce a Dios, trascendente y creador, y que interpela al hombre a ejercer una libertad responsable”. La Doctrina Social se hace cargo de las diferentes dimensiones del misterio del hombre, que exige ser considerado “en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social”. 

El hombre ha sido creado por Dios como unidad de alma y cuerpo:  “El alma espiritual e inmortal es el principio de unidad del ser humano, es aquello por lo cual éste existe como un todo (corpore et anima unus) en cuanto persona. Esta definición  indica que el cuerpo, para el cual ha sido prometida la resurrección, participará de la gloria; también recuerda el vínculo de la razón y de la libre voluntad con todas las facultades corpóreas y sensibles. La persona (incluido el cuerpo) está confiada enteramente a sí misma, y es en la unidad de alma y cuerpo donde ella es el sujeto de sus propios actos morales”. 

Mediante su corporeidad, el hombre unifica en sí mismo los elementos del mundo material. Esta dimensión le permite al hombre su inserción en el mundo material, lugar de su realización y de su libertad, no como en una prisión o en un exilio. No es lícito despreciar la vida corporal; el hombre, al contrario, “debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día”. La dimensión corporal, sin embargo, a causa de la herida del pecado, hace experimentar al hombre las rebeliones del cuerpo y las inclinaciones perversas del corazón, sobre las que debe siempre vigilar para no dejarse esclavizar y para no permanecer víctima de una visión puramente terrena de su vida. 

Por su espiritualidad el hombre supera a la totalidad de las cosas y penetra en la estructura más profunda de la realidad. Cuando se adentra en su corazón, es decir, cuando reflexiona sobre su propio destino, el hombre se descubre superior al mundo material, por su dignidad única de interlocutor de Dios, bajo cuya mirada decide su vida. El ser humano, en su vida interior, reconoce “tener en sí mismo la espiritualidad y la inmortalidad de su alma” y no se percibe a sí mismo “como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana”. 

El hombre tiene dos características diversas: es un ser material, vinculado a este mundo mediante su cuerpo, y un ser espiritual, abierto a la trascendencia y al descubrimiento de “una verdad más profunda”, a causa de su inteligencia, que lo hace “participante de la luz de la inteligencia divina”.  La Iglesia afirma: “La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo, es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza”. Ni el espiritualismo que desprecia la realidad del cuerpo, ni el materialismo que considera el espíritu una mera manifestación de la materia, dan razón de la complejidad, de la totalidad y de la unidad del ser humano. 

Una comprensión cristiana de la persona humana contribuirá a superar los reduccionismos y la visión relativista del ser humano. 

+ Enrique Sánchez Martínez, Obispo Auxiliar de Durango