Hoy en día existe la tentación en muchos jóvenes matrimonios de permitir a sus hijos aquello que no les fue permitido a ellos, aunque con estas concesiones se contradigan los principios y valores cristianos que están tratando de infundir en casa.
La irreflexión, el quedar bien y el no saber dar negativas con pulso firme a los hijos, arrastran a algunos padres de familia a la incoherencia entre lo que piensan y lo que en realidad transmiten.
La sencilla historia de Ricardo e Iñaqui, y los padres de este último, pretende darnos un poco de luz sobre cómo actuar ante ciertas circunstancias que presentan los adolescentes y que a veces, sin darnos cuenta, ponen en riesgo la coherente educación que les queremos infundir.
Era el ciclo escolar 2005-2006. Ricardo contaba con Iñaqui como su mejor amigo. Tenían 14 y 15 años respectivamente y eran compañeros de escuela. Existía una diferencia entre ellos, pues aunque los dos eran bastante sanos, cualificados, deportistas, líderes y del mismo grupo de amigos, Ricardo vivía en casa una realidad difícil de padres divorciados, mientras Iñaqui vivía una realidad de unión familiar y gozaba de una educación basada en los principios y valores cristianos.
Sucedió que Ricardo invitó a sus mejores amigos al segundo matrimonio civil de su padre y, obviamente, Iñaqui era el primero de la lista. La fiesta tenía la particularidad de ser en la playa, en un lujoso hotel, con todos los elementos para que Ricardo y sus amigos se divirtieran a placer. Ricardo no estaba de acuerdo con las segundas nupcias de su padre, pero al menos le quedó el consuelo de poder invitar a sus amigos a que fueran a la fiesta y disfrutaran… A Iñaqui le suplicó que no le dejara solo.
Todos se apuntaron y confirmaron la asistencia, incluso estaban invitados algunos padres de otros compañeros. Los padres de Iñaqui, al escuchar la petición de su hijo, pronunciaron aquellas terminantes palabras que cierran toda posibilidad a un adolescente ante un permiso: “Ya lo hemos decidido y no puedes ir…”
Trataron de explicarle a Iñaqui que a pesar de la amistad que había con el padre de Ricardo, no podían aceptar que fuese al festejo de un “matrimonio” que iba en contra de los principios y valores con los que lo habían educado a él y a sus hermanos desde siempre. No juzgaron al padre de Ricardo, simplemente protegían la coherencia de la educación cristiana que habían construido por años y no podían dejar que su hijo festejase un evento de este tipo.
Iñaqui reaccionó como muchos adolescentes que no ven más allá: “Mis padres no comprenden… Debo estar con mi amigo…Qué va a pensar si rechazo la invitación…Yo tampoco estoy de acuerdo… Sólo lo hago por él…Mis padres están exagerando…Pero si van los papás de…”.
Molesto, buscó por todos los medios que le dieran el permiso, incluso proponiéndose como único responsable de los gastos, que pagaría con sus ahorros, si le dejaban asistir. La respuesta ya estaba dada. Se encontró con Ricardo y le explicó con mucho aplomo y caridad el verdadero motivo que le impedía acompañarle a esa fiesta.
Aquí termina la primera parte de la historia y saltan a la vista las primeras enseñanzas de este hecho de vida.
Podemos aprender de los padres de Iñaqui que los principios y valores cristianos en una familia no son negociables. Puede doler muchísimo a los padres de familia el hecho de ver al hijo triste o preocupado por un permiso que no se le concedió y que en otras circunstancias quizá sí se le hubiese dado. Pero hay que estar dispuestos a hacer estos sacrificios y no dejarse llevar por un sentimiento de culpa cuando la formación está de por medio. El hecho de negar por motivos válidos un permiso con firmeza y no cambiar lo decidido es señal de padres prudentes y sabios. Así, estaremos sentando las bases de una formación sólida y coherente.
Los padres de familia tienen que saber ponderar y analizar lo que afecta a la educación de sus hijos, y una negativa firme cuando las circunstancias lo requieren, es necesaria y algún día esa poda dará sus frutos.
Formar, en este sentido, significa negarse y explicar. No se trata de negarse “porque lo digo yo y punto”, sino más bien, con toda la prudencia y caridad que el caso requiera, exponer los argumentos para modelar las conciencias de los adolescentes y que ellos vayan aprendiendo y adquiriendo una justa jerarquía de valores que les ayude a discernir en un futuro.
La historia no terminó ahí. Iñaqui y Ricardo siguieron siendo amigos pero eligieron distintas preparatorias y ya no coincidían a diario. En el verano del año 2008 Ricardo se encontró a Iñaqui en una reunión de amigos y le pidió un favor: en su parroquia habían puesto la fecha de las confirmaciones, él quería recibir el sacramento y necesitaba un padrino…
Iñaqui aceptó con gusto y fue a contárselos a sus padres. La verdad es que ya no se acordaba de lo sucedido hace algunos años, pero sus padres sí. En la comida de ese día se lo recordaron a él y a sus hermanos para sacar una buena lección. Iñaqui escuchó con atención, agradeció aquella negativa del pasado y apadrinó a Ricardo.
La máxima del Evangelio y el mismo ejemplo de Cristo, de morir para tener vida, se hace realidad incluso en estos pequeños detalles. No hay que tener miedo de cortar con decisión aquello que afecte al buen crecimiento espiritual y humano de los hijos, aunque implique para el corazón un sacrificio, ya que después gozaremos de los frutos. En muchos casos será imposible demostrarlo, pero es evidente que un firme y sostenido NO ante ciertas circunstancias, da la garantía de que ellos en un futuro tomarán decisiones correctas en la vida.