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Obras de misericordia: la forma de hacer presente a Cristo entre los hombres

El abrazo de Dios
Si usted percibe que el mundo está en tinieblas y que la sociedad es egoísta, hedonista, relativista y muchos más istas negativos, y se conmueve su corazón, está de enhorabuena: ha dado el primer paso para obrar al modo de Dios. ¿Por qué? Pues porque así podrá iluminar y llenar de entrega, oración y misericordia, si no el mundo, sí su mundo, su entorno.
ática crisis económica y moral, la Iglesia propone las obras de misericordia (7 espirituales y 7 corporales) como camino que hace presente a Dios en la sociedad, y alivia las necesidades materiales y anímicas de quienes tenemos cerca. Estos 14 testimonios demuestran que obrar misericordiosamente es necesario..., y posible

«Las obras de misericordia son variadísimas; así todos los cristianos que lo son de verdad, tanto ricos como pobres, tienen ocasión de practicarlas, en la medida de sus posibilidades; y aunque no todos puedan ser iguales en la cantidad que dan, todos pueden serlo en su buena disposición». San León Magno se refería así a la importancia que tienen las obras de misericordia para los católicos. Obras que consisten en introducir en el corazón las miserias y necesidades ajenas (miser-cor), hacerlas propias y actuar en consecuencia. La Iglesia propone catorce, en las que se resume el vivir cotidiano.

Las siete obras espirituales

Enseñar al que no sabe
Raro es el día en que no nos desayunamos con una noticia sobre educación. Sin embargo, los titulares no siempre destacan lo obvio: lo importante de la educación es enseñar al que no sabe. Doña Chelo Rubio es tutora de 5º de Primaria en el colegio madrileño J. H. Newman. Ella conoce bien el significado de esta obra de misericordia: «Llevo veinte años enseñando, pero sólo me apasioné por la educación cuando descubrí que enseñar no es sólo transmitir conocimientos, sino avivar en el otro el deseo que todo hombre tiene por conocer lo que le rodea; aprender a mirar en su interior e invitarle a abrir ese regalo. Enseñar es proponerme como modelo autoexigente y arriesgarme a vivir el encuentro de mi libertad con la del otro. Y es un verdadero intercambio en el que yo soy la primera que aprende. Por eso, enseñar al que no sabe es una auténtica aventura». Dicho de otro modo, enseñar al que no sabe, lejos de ser un salvoconducto para dar lecciones a los de nuestro entorno, es motivo de examen personal, acicate para aprender de los demás y oportunidad para dar ejemplo de vida honrada y entregada.

Dar buen consejo al que lo necesita
¿Se imagina que de lo que usted aconseje pueda depender el futuro de un hombre, incluso el de la Iglesia? Pues ésa es la labor de los formadores de un seminario. Uno de ellos, don José Álvarez, del Seminario Conciliar de Madrid, es consciente de la importancia que tiene dar un buen consejo a quien lo necesita. «Dar consejo al que lo necesita ha sido, en muchos momentos, una tarea gozosa e ilusionante, que me ha permitido ejercer esa paternidad que procede de Dios y que quiere el bien, la verdad y la Vida para todos los hombres», afirma. Para el común de los mortales, tampoco faltan las ocasiones de aconsejar a una persona para que actúe según el plan de Dios. Por complicado que pueda parecer, hay un buen truco: «En esta tarea, mirar a María es estímulo y camino para aprender a aconsejar, cuando ella, a los sirvientes agobiados y desconcertados, en Caná de Galilea, les dice: Haced lo que Él os diga. Que el Espíritu Santo, con la Gracia de sus siete dones, nos asista para ser capaces de aconsejar a quien lo necesita y ser así testigos de la bondad y gracia divinas».

Corregir al que yerra
San Agustín era muy claro cuando se refería a esta obra de misericordia: Devuelves mal por mal cuando no corriges al que ha de ser corregido. Las palabras del santo de Hipona subyacen bajo las de alguien acostumbrado a corregir a personas que han obrado mal: el magistrado de la Audiencia Nacional don José Luis Requero. «Corregir no es fácil, ni para quien corrige ni para el corregido. Quien corrige debe actuar con fortaleza, capacidad de discernimiento y, sobre todo, caridad hacia el corregido; nada es más contraproducente que la corrección airada. Además, cuando no se hace, puede ser por cobardía, cuando no por indiferencia, maquillada de falsa tolerancia o prudencia. Y el que es corregido necesita humildad para ver los errores y dar las gracias a quien corrige», afirma. Y añade Requero un matiz clave: «Una exigencia de toda corrección misericordiosa es que, quien la haga, se examine sobre cómo vive los comportamientos que va a corregir».

Perdonar las injurias
Sufrir con paciencia los defectos de nuestro prójimo
Como oveja en medio de lobos. Así podemos encontrarnos los cristianos en un mundo cada vez más alejado de Dios. Cuánto más, en entornos abiertamente hostiles contra lo católico como, por ejemplo, un sindicato. Alfonso fue, durante cuatro años, delegado sindical en UGT-Madrid, semiliberado «y bastante metido en la política del sindicato». Allí vivía, casi a diario, cómo, «desde lo más alto del poder piramidal del sindicato, se adoctrina a los delegados y afiliados, y se les acostumbra a ir contra la Iglesia, con un laicismo radical». Los ataques, injurias e incluso difamaciones contra él no faltaron en ese tiempo. Alfonso, sin embargo, recuerda: «Cuando me tocaba dar testimonio de Cristo en mi vida, y de una Iglesia joven y viva, no podía dejar de mirar mi vida antes de mi conversión, porque yo también fui contra la Iglesia. De Ella recibí la acogida que sólo una madre puede dar, a pesar de haberle tirado piedras durante un tiempo. Eso me llevaba a perdonar a quien me injuriaba, pensando que no conocían a Cristo». Sobre la necesidad de soportar los defectos ajenos, su amigo José asegura: «Yo soy el primero que tiene defectos que otros deben soportar. Por eso, intento entender que cada persona es como es, aunque no sean como me gusta. Si alguien tiene defectos que me cuesta aceptar, lo ofrezco para santificarme, sin olvidar que no todo lo que no me gusta del otro es un defecto. Si Dios me quiere con mis defectos, ¿quién soy yo para no obrar del mismo modo?»

Consolar al triste
Lea este retrato robot: se enfada con frecuencia o sin motivo; parece insatisfecho con su vida; no tiene brillo en la mirada y su sonrisa más parece una mueca que una expresión de felicidad. Ahora, póngale nombre propio. Si ha relacionado este retrato con alguien de su entorno, es que tiene cerca a una persona triste. Belén trata a diario con mujeres en situación de gran tristeza, por un motivo terrible y doloroso: el aborto. Ella atiende a embarazadas que se sienten abandonadas, con mil presiones y que quieren abortar, y les ofrece el camino de la vida. «Cuando alguien tiene problemas, tener apoyo cercano es imprescindible. Hay gente sola que no sabe cómo enfrentarse a situaciones difíciles, que no tiene el cariño de nadie. Muchas embarazadas creen que el problema es el bebé, cuando en realidad es que nadie está junto a ellas. Y no sólo pasa con embarazadas, sino con cualquiera que sufre, tiene angustia o está agobiado», dice. El remedio a este mal, de la mano de la misericordia divina, es, según Belén, «estar cerca de quien sufre, mostrarle cariño, comprensión, dedicarle tiempo, facilitarle ayuda material -en la medida de lo posible- y hacerle ver que todo problema tiene solución».

Orar por vivos y difuntos
La oración no es sólo un instrumento para solicitar la ayuda de Dios o darle gracias por algo que afecta a la vida de uno mismo. La oración por los demás es una de las más importantes obras de misericordia y que, según los santos, sostiene todas las demás. De hecho, la Iglesia sabe que en los conventos de vida contemplativa se esconde el secreto de su labor apostólica. Desde el Carmelo descalzo del Cerro de los Ángeles, en Madrid, una de las carmelitas recuerda que «la vida de una carmelita descalza está consagrada a elevar súplicas por sus hermanos, los hombres; por los que peregrinan en este mundo y por los que ya lo han dejado y esperan la vida eterna. Eso sí, el deseo del bien de las almas, expresado en esta obra de misericordia, no es exclusivo de una carmelita, sino de todo cristiano, sea cual fuere su vocación, porque todos estamos llamados a pedir unos por otros y a ayudar, con nuestra oración, en la salvación de las almas».

Las siete obras corporales

Con lo visto hasta ahora, es evidente que actuar bajo los parámetros de la misericordia divina nos va cambiando por dentro. Y, claro, nadie cambia por dentro sin que se note por fuera. Así, las obras espirituales llevan, sí o sí, a obrar en lo corporal. Éstas son las otras siete obras de misericordia, con que la Iglesia nos facilita el camino hacia el Cielo:

Visitar y cuidar a los enfermos
María del Valle es miembro de la ONG Desarrollo y asistencia, desde la que visita y cuida a enfermos, ancianos y disminuidos psíquicos. «El pasotismo -dice- es el virus del alma; y parece que no tenemos defensas ante esta epidemia de falta de amor. La vacuna es dejar de mirarnos el obligo. Si tengo un familiar enfermo, aunque no sea cercano, no me tengo que dejar llevar por el No sé que decirle; no sirve de nada que vaya a verle; yo no puedo curarle. Si dejamos hablar al corazón, nos damos cuenta de que, si voy, seguro que me sale algo, y a lo mejor quien quiere hablar es él; que mi presencia acompaña, que si le veo mal puedo coger su mano, decirle que no está solo...» Y no sólo podemos llevar a cabo esta obra de misericordia con familiares: «Una de las peores enfermedades es la soledad; y eso lo cura nuestra visita. Podemos visitar personas solas en su domicilio o en residencias, pasear con discapacitados, ir con una ONG o con la parroquia a cuidar enfermos... Lo único que debo hacer es imitar a Jesús, que miró a los hombres con cariño, los curó y los acompañó», afirma.

Dar de comer al hambriento
Dar de beber al sediento

«El pan que más falta nos hace es el de la Eucaristía, pero con la crisis cada vez hay más personas que pasan hambre física, de no comer ni beber durante días. Es algo inhumano, contra natura, que un hombre no pueda comer. Si no fuera por la Iglesia, ¡eso se extendería por toda España! Hace falta ayuda en los comedores, y gente que lleve comida a su parroquia, o le compre comida a los indigentes que tenga cerca. No podemos permitirnos que un hermano, creado por Dios y amado por Cristo, no tenga nada que comer. Por amor a Dios y a ellos». Se puede decir más alto, pero no más claro, de como lo expresa Santiago, un joven voluntario de un comedor social, en Madrid. El que tenga oídos...

Dar posada al peregrino
Luisa ha experimentado la necesidad de recibir posada. Junto a otros jóvenes, ha acompañado al sacerdote don Enrique González en varias peregrinaciones, viviendo de la Providencia y sin más hotel que las casas que los acogían misericordiosamente. «Nosotros lo hacíamos para asociarnos a la pobreza de Cristo -dice Luisa-, pero muchas personas lo viven porque no tienen ni hogar, ni familia. El agradecimiento es infinito cuando necesitas cobijo (no sólo es un techo, sino cobijo espiritual) y alguien te acoge con cariño. A mí me ha enseñado lo importante que es tener el corazón abierto a los demás y estar atenta a quien necesita sentirse acogido».

Vestir al desnudo
Karibu es una ONG que atiende a inmigrantes subsaharianos en Madrid. Uno de sus servicios más demandados es el ropero, al que acuden miles de africanos que no tienen con qué vestirse. María del Carmen lleva 15 años como voluntaria, dando testimonio entre sus hijos y nietos de la importancia de vestir al desnudo. «Estas personas no tienen ni ropa ¡y son iguales que yo! ¿Qué he hecho yo para nacer en España y no en África? Nada. Entonces, ¿por qué puedo cambiar de ropa cuando quiera y ellos no tienen ni un jersey en invierno? Con la crisis, la gente trae menos ropa, aunque todos tenemos una prenda que casi no usamos y que alguien necesita», dice. Y añade: «Si no tuviera fe, quizá no estaría aquí, pero creo que vestir al desnudo es una obligación humana». Si ahora echa usted un vistazo a su armario, puede que descubra un motivo para llevar a otro la misericordia divina.

Redimir al cautivo
¿Cuándo estuviste en la cárcel y no fuimos a verte...? Para evitar que algún día tengamos que hacer esta pregunta al Señor, la Iglesia nos invita a acompañar a los cautivos. María del Mar visita a las presas de la cárcel de Aranjuez, desde hace cinco años. Lo normal es querer salir de la cárcel, pero ella entra allí encantada «porque me conmueven las presas y, sobre todo, el dolor del Crucificado. En la cárcel se sufre mucho, y no sólo por falta de libertad, sino porque falta calor, contacto humano, comprensión y perdón de los pecados. Allí hay muchas prisiones: drogas, soledad, tener que parecer el más duro, no poder llorar en público, competitividad... La verdad es que no es muy distinto de lo que encontramos en cualquier empresa». Por eso, María del Mar invita a «amar y ayudar a quienes están presos, en la cárcel física o en cualquier prisión del alma, para que quien cargue con cualquier cadena pueda decir lo que un matrimonio de presos, en el bautizo de su hijo (nacido en prisión): Estar aquí es lo mejor que nos ha pasado, porque hemos conocido a Dios».

Enterrar a los muertos
¿Qué sentido tiene esta obra de misericordia, cuando de esto ya se encargan las funerarias? Como señala la escritora María Vallejo-Nágera, autora del libro Entre el cielo y la tierra (ed. Planeta), «la Iglesia nos regala poder enterrar a nuestros difuntos en Campo Santo, que es tierra bendecida, orada y entregada a Dios. Durante los 5 años que investigué documentación eclesial sobre el Purgatorio, descubrí mucha información sobre la importancia de enterrar a nuestros amados difuntos en estos lugares. Decía la Beata Anna Catherina Emmerich, en sus visiones y éxtasis, que muchas almas difuntas se sentían aliviadas al ver gente orante en los cementerios. Aunque sus oraciones no estaban dirigidas a ellos (los visitantes oraban por sus difuntos, no por el resto de enterrados), a veces Dios permitía que se beneficiaran de ellas los enterrados en tumbas colindantes. Enterrar a nuestros difuntos debe ser siempre un acto de caridad, amor y empatía, y qué mejor manera de hacerlo que llevando sus restos a un lugar donde Dios ha derramado grandes gracias a través de bendiciones sacerdotales y oraciones de todo tipo».