Benedicto XVI acaba de realizar una importante visita de Estado a Gran Bretaña, invitado por la Reina Isabel II. En 1533, el Rey Enrique VIII se proclamó cabeza de la Iglesia de Inglaterra y rompió con Roma. Ahora el Papa fue recibido con honores de Jefe de Estado, pero ¿qué significado tiene para el resto del mundo la visita pontificia a Inglaterra y Escocia?
El Papa Ratzinger viaja pocas veces al año, pero cada visita papal está cargada de significado, como una especie de “parábola”, porque los encuentros y reuniones que ahí se realizan encierran un mensaje profundo.
En este viaje a gran Bretaña, el Papa busca consolidar el ecumenismo, y también hacerse escuchar por quienes proponen el laicismo como condición de vida social. Pretende mostrar que la sed de Dios sigue presente en toda persona, incluso en las que viven en países de elevado nivel cultural y económico.
El laicismo sostiene que Dios ya no está más en la vida de la sociedad occidental. No pocos medios de comunicación respaldan esta tesis, dejando sin transmitir noticias de este viaje. Pero la presencia de Benedicto XVI se impuso a las especulaciones. El Pontífice fue recibido por decenas de miles de personas. “El Papa abraza a Londres”, fue el titular de The Times; “Multitudes reciben al Papa”, publicó la BBC. De manera que los hechos muestran que hoy sigue habiendo interés por escuchar sobre la fe.
El viernes 17, segunda jornada del viaje, el Santo Padre reflexionó sobre “el lugar apropiado de las creencias religiosas en el proceso político”. Expresó que “el papel de la religión en el debate político (…) ayuda a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos”.
Añadió que “sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías”, y citó los casos de la trata de esclavos y de las tiranías del s. XX.
Animó a que el mundo de la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas dejen de lado el “miedo de entablar un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización”. Y afirmó que “la religión no es un problema que los legisladores deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional”.
Benedicto XVI externó su preocupación por “la creciente marginación de la religión, especialmente del cristianismo, en algunas partes, incluso en naciones que otorgan un gran énfasis a la tolerancia”, y denunció que “hay algunos que desean que la voz de la religión se silencie, o al menos que se relegue a la esfera meramente privada”.
De esta manera, el Papa envía un mensaje al mundo: cuando la religión está en armonía con la razón, y cuando la razón está iluminada por la fe, ambas son un factor decisivo para hacer más humano la mundo, y para tutelar la dignidad de cada persona.
Y casi como una respuesta “ante litteram” a esta propuesta de Bendicto XVI, el Primer Ministro británico, David Cameron, en un artículo publicado un día antes, afirmó: “Quizás no siempre estemos de acuerdo con la Santa Sede, pero eso no debe impedir que reconozcamos que el mensaje general de ésta puede ayudar a plantearnos preguntas sobre nuestra sociedad y la forma en que nos tratamos nosotros mismos y a los demás”. [Ver artículo del Premier Cameron]
Se auguran así nuevos tiempos, en los que la propuesta ética y social de las religiones –en este caso de la Iglesia católica– sea considerada como parte de la riqueza de una nación y tenga acogida en los foros políticos, que realmente buscan la realización de cada hombre.