Recientemente, la Ciudad de Torreón atrajo la atención de los medios informativos de América y Europa. El motivo fue la triste noticia de la masacre de 18 personas (más 17 heridos), durante una reunión (19.VII.2010). Como para no creerlo, este atentado ya se había anunciado por Internet, dos semanas antes. ¿Por qué en una fiesta? ¿Por qué a los jóvenes?
La causas de esta durísima crisis nacional son variadas y complejas, de modo que en el espacio de la columna de hoy no los podemos agotar. Sin embargo, sí podemos hacer una serie de reflexiones a propósito de estos muchachos asesinados.
Sin poder dejar de lado la ola de sangre, de crueldad, de desintegración familiar, vale la pena centrarnos un momento en la cultura que el narcotráfico ya ha introducido en nuestro País. No me refiero sólo a los “narco-corridos”, sino al horizonte que se ha creado y al que ya aspiran miles de jóvenes, que afirman: “de grande quiero ser sicario”.
Los mexicanos por cultura somos personas que se saben entregar a ideales. Y esa entrega tiene generalmente un cariz “vocacional” (“nací para esto”), y no pocas veces raya en una religiosidad (aunque no se refiera a un Ser sobrenatural). De modo que cuando un joven mexicano escoge un ideal que seguir, seguramente lo verá como la misión por la cual vivir y a la cual ser fiel.
Cuando estos ideales son espirituales o altruistas, no hay mayor problema (salvo algunas exageraciones propias de la juventud). Entonces los jóvenes ponen toda su iniciativa, su tiempo y su energía en ese ideal: misiones religiosas, proselitismo político, voluntariado y el ejército. Pero, ¿qué pasa con ese gran potencial, cuando se elige como ideal el narcotráfico?
Éste es el gran problema que hoy quisiera denunciar: México está perdiendo el corazón de miles de jóvenes, y toda la iniciativa y la energía que ellos tienen se está convirtiendo en la herramienta de bandas armadas.
Ahora mismo, la crueldad ya no es el único tema preocupante, sino también lo es constatar la gran capacidad de organización, de estrategia, de iniciativas financieras y paramilitares. Es decir, hay una gran iniciativa y mucha inteligencia detrás de esta guerra. Y esa iniciativa e inteligencia de tantos jóvenes son lo que el narco le ha robado a nuestro País.
Qué pena que tantas personas no hayan tenido la oportunidad de emplear sus grandes capacidades para hacer el bien, para levantar su comunidades, para sacar adelante a nuestra Patria. No es suficiente denunciar que la pobreza, la injusticia, la desigualdad de oportunidades, el difícil acceso a la educación son algunas de las causas, porque el problema sigue ahí: esos jóvenes ha encontrado en la asociación con las bandas de traficantes el modo de crecer y servir a un ideal.
La cultura del narco ha venido a llenar un triste hueco: el de los ideales por los cuales entregar la vida. Qué pena que la Fe y la Patria ya no sean el horizonte para esos jóvenes. La pérdida de credibilidad en no pocos de los que detentan los ideales religiosos, políticos y cívicos subyace en este problema.
Ésta es una amarga lección que nos da el narcotráfico: si a los jóvenes no se les presentan ideales verdaderos (religiosos, políticos, sociales…), si no hay quienes encarnen de verdad esas altas metas (clérigos, políticos, empresarios, periodistas…), si no se ofrece a los muchachos las condiciones (económicas, educativas, sanitarias…) para conseguirlos, entonces el narco seguirá fagocitando a la juventud mexicana. La tarea pues está clara… vayamos por ella.