Después de leer mi artículo de la semana pasada, un gentil lector me hizo llegar unos comentarios que me parecen muy enriquecedores, por ello he querido incluirlos en mis renglones de hoy.
“Padre, muchas gracias por el artículo, estoy de acuerdo con usted en el sentido de que la mujer no debe de perder su “originalidad” femenina, no por esto quiero decir que no se realice y que se la pase lavando ropa y trapeando en su casa, pero buscar el equilibrio entre su realización personal y profesional, desafortunadamente en su afán de “liberación” algunas llegan a desbocarse, perdiendo el piso. He visto a mujeres que en la vida real acaban destruyendo su familia y se olvidan de una de sus principales labores que es la de ser madre. Ahí están las criaturas siendo cuidadas y “educadas” por las empleadas domésticas, y ahí están ellas cegadas por el resplandor de un éxito profesional a la sombra de una fracaso familiar. Para mí, esto es un fracaso con cara de éxito, fracaso que impacta a los hijos, al esposo y, sobre todo, a ellas mismas... y cuando el éxito desaparece, y voltean a ver hacia atrás, se dan cuenta que sólo han dejado cenizas de un hogar que ya no existe y al cual ya no pueden regresar y en muchas ocasiones, desafortunadamente, ni reconstruir. En fin, Dios las oriente y nos ilumine a los hombres a ayudarlas a alcanzar este equilibrio.
Casi sin buscarlo cayeron en mis manos unos textos del fundador del Opus Dei, tomados de un libro titulado “Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer” en el que respondiendo a entrevistas de carácter periodístico, toca también el tema de la mujer en la sociedad, asunto cada día de más interés. Por ser un gran humanista y analista del mundo en que vivimos, me parece que sus puntos de vista son claros y enriquecedores.
“En ocasiones –le pregunta el periodista- la mujer no está segura de encontrarse realmente en el sitio que le corresponde y al que está llamada. Muchas veces, cuando hace un trabajo fuera de su casa, pesan sobre ella los reclamos del hogar; y cuando permanece de lleno dedicada a su familia, se siente limitada en sus posibilidades. ¿Qué diría usted a las mujeres que experimentan esas contradicciones?
“Ese sentimiento, que es muy real, -respondió San Josemaría- procede con frecuencia, más que de limitaciones efectivas -que tenemos todos, porque somos humanos- de la falta de ideales bien determinados, capaces de orientar toda una vida, o también de una inconsciente soberbia: a veces, desearíamos ser los mejores en cualquier aspecto y a cualquier nivel. Y como no es posible, se origina un estado de desorientación y de ansiedad, o incluso de desánimo y de tedio: no se puede estar en todas las cosas, no se sabe a qué atender y no se atiende eficazmente a nada. En esta situación, el alma queda expuesta a la envidia, es fácil que la imaginación se desate y busque un refugio en la fantasía que, alejando de la realidad, acaba adormeciendo la voluntad. Es lo que repetidas veces he llamada la mística ojalatera, hecha de ensueños vanos y de falsos idealismos: ¡ojalá no me hubiera casado, ojalá no tuviera esa profesión, ojalá tuviera más salud, o menos años, o más tiempo!
“El problema que planteas en la mujer, no es extraordinario: con otras peculiaridades, muchos hombres experimentan alguna vez algo semejante. La raíz suele ser la misma: falta de un ideal profundo, que sólo se descubre a la luz de Dios. En todo caso, hay que poner en práctica también remedios pequeños, que parecen banales, pero que no lo son: cuando hay muchas cosas que hacer, es preciso establecer un orden, es necesario organizarse. Muchas dificultades provienen de la falta de orden, de la carencia de ese hábito. Hay mujeres que hacen mil cosas, y todas bien, porque se han organizado, porque han impuesto con fortaleza un orden a la abundante tarea. Han sabido estar en cada momento en lo que debían hacer, sin atolondrarse pensando en lo que iba a venir después o en lo que quizá hubiesen podido hacer antes(...).
“Ciertamente habrá siempre muchas mujeres que no tengan otra ocupación que llevar adelante su hogar. Yo os digo que ésta es una gran ocupación, que vale la pena. A través de esa profesión -porque lo es, verdadera y noble- influyen positivamente no sólo en la familia, sino en multitud de amigos y de conocidos, en personas con las que de un modo u otro se relacionan, cumpliendo una tarea mucho más extensa a veces que la de otros profesionales”.