Bebo una cerveza. ¿Por qué? Quizá porque tengo sed, o para ganar una apuesta, o simplemente porque he visto que mañana estará “caducada” y no quiero que se tire. Veo una película con el video, quizá para descansar después de una discusión con un hijo, o porque me la ha recomendado un amigo, o porque estoy enfermo y ya no sé qué hacer en la cama. Voy a ver a un amigo al hospital, tal vez porque me ha tratado siempre bien, o porque sé que está solo, o porque me lo han pedido sus familiares.
Pero también nos damos cuenta de que se nos ocurren muchas cosas que nunca hacemos, gracias a Dios... A veces querríamos golpear a una persona, o tomar (técnicamente se dice “robar”) unas fresas de una tiendita, o esconderle al esposo o a la esposa su vestido favorito para gastarle una broma. El hombre tiene diversos sistemas de filtro y de control que frenan muchas de las casi infinitas ocurrencias que pasan por su mente.
Un proverbio chino dice que “mil caminos nacen bajo tus pies”. Las decisiones que podemos tomar son tan variables como los vientos de un día de tormenta tropical. Pero lo típico del hombre es hacer aquellas cosas que piensa puedan ser mejores. Aunque a veces nos equivoquemos. Siempre que actuamos con un poco de reflexión y de seriedad, el bien está en el horizonte de nuestros deseos.
No hay que ser un Aristóteles para darnos cuenta de que lo que elegimos nos configura, escribe nuestra biografía. Si en casa prefiero ver la televisión en vez de hablar con el hijo que tiene problemas en la escuela. Si en el trabajo, cuando no me ve el jefe, decido zambullirme en un libro de enigmística en vez de terminar con lo que es una urgencia para la buena marcha de toda la fábrica u oficina. Si en la universidad me dedico a leer sobre los últimos cantantes en vez de tomar notas de lo que dice el profesor sobre los avances más recientes en la curación del cáncer... Es obvio que estos pequeños caprichos, que nos concedemos para “pasarla bien”, nos orientan, nos “programan”, de forma que mañana seremos de una manera y no de otra.
El gran reto de toda vida humana se encuentra precisamente aquí: en el ser capaces de trazar proyectos y metas elevadas y de llevar a cabo aquellas decisiones que nos permiten alcanzar los objetivos. El gran fracaso de una vida inicia cuando, con o sin proyectos en la cabeza, el viento del capricho y del gusto es el que determina la dirección de nuestros pasos, el camino que empezamos a recorrer debajo de nuestros pies...
Ser hombre de principios significa, simplemente, ser hombre cabal. Plenamente. Lo contrario puede ser un muñeco de peluche, a merced de lo que las circunstancias determinen. Ser un títere de la sociedad o de los propios caprichos. Ser una máscara y una nube que ocupa un espacio en el cielo, divierte un poco con sus gestos y sus sonrisas, y luego desaparece sin dejar huella. Lo que importa es construir algo que eleve la propia dignidad y el bien de todos. Hacer hoy aquello que mañana podrá servir para que haya más amor y más justicia en el mundo. Aunque a veces uno piense que disfruta poco. La verdadera alegría no está en el capricho que pasa, sino en la voluntad que escoge lo mejor.
Mil caminos nacen bajo mis pies. Me toca decidir ya, ahora, por el que quiero recorrer. Mañana quizá ya no habrá tiempo para escoger, sino sólo para llorar o para dar gracias a Dios...
Este artículo es parte de el libro "La vida como don. Reflexiones humanas y cristianas para un milenio que inicia" de Fernando Bosco Pascual Aguirre de Cárcer