Mentalidad científica & religiosa
Es una característica de las mentalidades precientíficas el achacar a fuerzas mágicas los hechos que se derivan de causas naturales. Digo que es una característica, y quizá debería decir que es la característica de la mentalidad precientífica. La característica por antonomasia, la característica que define ese tipo de mentalidad. De todas maneras, tan ilógico es que el necio se aferre a sus esquemas mágicos, como que el hombre de ciencia se aferre a un esquema materialista para explicar fenómenos que son evidentemente de una naturaleza que va más allá de las causas materiales.
Si el espíritu existe, es invisible. La afirmación tan manida de que yo no he visto nunca el espíritu, luego no existe es una afirmación autocontradictoria. Si algunas personas creemos en la existencia de eso que ya los griegos denominaron pneuma y los latinos spiritus es porque afirmamos que la existencia de esa res spiritalis explicaría mejor algunos fenómenos que observamos en nuestro mundo sensible. En algunos casos, con su existencia esos fenómenos se explicarían mejor, y en otros casos es que no hay otra posibilidad racional a esos fenómenos que la aceptación de la existencia de esos entes inmateriales. Es evidente que hay fenómenos milagrosos, paranormales, preternaturales y demoníacos en nuestro cosmos material. El que afirma tajantemente que ese tipo de hechos no se dan nunca es que todavía no ha salido de la habitación encerrada de sus esquemas mentales. Ante ese tipo de personas, sólo cabe decirles que los esquemas absolutamente y cerradamente materialistas tuvieron su máxima aceptación entre la comunidad científica desde el siglo XIX hasta la caída de los esquemas marxistas en los años 80 del siglo XX. Desde aquel cénit del materialismo, la comunidad científica ha ido abriéndose más y más a la posibilidad de que nuestro mundo albergue más cosas que aquellas que nuestros cinco sentidos codifican para enviarlas al cerebro a través de los nervios.
Realizar la labor de discernir los casos de verdadera y falsa posesión, conlleva entrar en contacto con tantas manifestaciones preternaturales en la vida de personas cuerdas, de alto nivel cultural y de gran estabilidad psicológica y, además, en muchos casos corroborados por varios testigos. Unos fenómenos y pautas que se repiten en todos los lugares de la tierra, sin que los protagonistas tengan conocimiento de otros casos acaecidos en otros lugares. Entonces, todo esto conduce al escéptico a sospechar que, efectivamente, en este universo puede haber algo más que materia. Finalmente, pienso que la visión de un exorcismo es la guinda final que llevaría a muchos a considerar seriamente si la fe católica es algo más que otra opinable concepción sobre el mundo.
Frente a los escépticos de la existencia del espíritu me gustaría decir que todos los que nos dedicamos a la labor de discernir casos de veradera y falsa posesión en las diócesis del mundo, quisiera hacer protesta de que nuestro interés no es otro que la búsqueda de la verdad, y no el defender ningún postulado preconcebido. La verdad, sea cual sea, nos lleve a donde nos lleve. No somos crédulos, al hacer este trabajo tratamos de tener una mentalidad científica. Tratamos de analizar todas las posibilidades, de desconfiar de lo que se nos ha dicho, y de desconfiar ante todo de nuestros propios prejuicios. Desear creer algo nos induce a creerlo. Es una invitación a creerlo, invitación resistible, pero invitación. Desde luego, esa invitación en mí no existe, yo no deseé creer en la existencia de los demonios y las posesiones. Un mundo en el que la fenomenología demoniaca se pudiera explicar por patologías psicológicas o por energías desconocidas de la mente sería preferible a un mundo en el que el mal es algo más que un concepto abstracto o el mero resultado de la actividad libre de los hombres.Hasta que entré a estudiar Teología, el demonio me sonaba a algo así como a cuento de hadas. A algunos les parece que el materialista ateo es más científico que el creyente al estudiar estos temas, pero yo no soy culpable de la verdad. Quizá el mayor obstáculo con que los teólogos se encuentran a la hora de opinar acerca de la existencia de los seres demoníacos es la iconografía popular acerca de estos entes. La memoria subconsciente cargada de imágenes nos juega malas pasadas. No hay obstáculo en creer en el Dios invisible de Abraham, Isaac y Jacob. Pero ¿quién va a creer en un geniecillo rojo, con cuernos?