El tiempo de Cuaresma que estamos comenzando es una oportunidad providencial para sacudirnos la modorra, para despabilarnos, para superar la inercia que nos arrastra. Es el momento de abrir los ojos a una realidad terrible que vive nuestro pueblo y que tristemente nos vamos acostumbrando a considerar como algo inevitable.
Mientras sufrimientos desgarradores se dan a diario en los hogares y comunidades, mientras el crimen causa muertes y destroza familias, parece que convivimos con la violencia como ciegos y sordos. En todo caso vemos los acontecimientos en la televisión o el periódico como una película más, o simplemente hacemos comentarios superficiales sin mayor compromiso.
Esta semana se ha publicado un importante documento de los Obispos de México dirigido “a todos los fieles de la Iglesia Católica y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad”. En esa Carta Pastoral hacemos un fuerte llamado. “Perdemos el tiempo cuando buscamos culpables o esperamos pasivamente que sólo sea el Gobierno quién dé solución a los problemas que son de todos. Debemos actuar ya, cada quien su propio ámbito de competencia. Las autoridades...la sociedad civil... los creyentes, actuando en fidelidad a nuestra conciencia, en la que escuchamos la voz de Dios, que espera que respondamos al don de su amor, con nuestro compromiso en la construcción de la paz, para la vida digna del pueblo de México” (n. 106).
Al acercarnos al Señor en este tiempo de gracia, tenemos que preguntarnos con espíritu humilde y sincero: “¿Qué significa ser cristiano en estas circunstancias?... ¿Cómo vencer la sensación de impotencia que muchos compartimos y al mismo tiempo ofrecer a este grave problema una solución que se aparte de la sinrazón de la violencia?. Estamos ante un problema que no se solucionará sólo con la aplicación de la justicia y del derecho, sino fundamentalmente con la conversión. La represión controla o inhibe temporalmente la violencia, pero nunca la supera” (n.111).
Es pues fundamental la conversión, el cambio de dirección en el camino de la vida, una transformación interior. El Santo Padre Benedicto XVI nos dice en su mensaje para esta cuaresma: “La tentación permanente es querer identificar el origen del mal en una causa exterior. Esta manera de pensar es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas, tiene su origen en el corazón humano donde se encuentra el germen de una convivencia misteriosa con el mal”
Pero si bien la conversión es algo muy personal, para ser auténtica no podrá restringirse a la intimidad del individuo, sino que necesariamente habrá de proyectarse a la vida familiar, eclesial y social. Las actitudes de las personas pueden y deben transformar las estructuras. Si cada uno sana y purifica su corazón, de ahí brotarán pensamientos y palabras, gestos y acciones que renueven a la comunidad en la justicia y la paz, más aún en el amor y el servicio.
No bastan pues buenos sentimientos o deseos; es importante revisar el estilo de vida que llevamos. No podemos contentarnos con ser “cristianos de nombre”. Es muy triste la constatación que se hace en la Carta Pastoral acerca de la realidad de México: “Siendo un pueblo profundamente religioso y cristiano, se han debilitado en la vida ordinaria las grandes exigencias de la moral cristiana, desde el imperativo primordial: <No matarás>, hasta el consejo evangélico de entregar la vida por los demás” (n.105).