La imagen habitual de un héroe es un superhombre de bíceps muy ejercitados, que jamás tiene miedo, nunca llora, se enfrenta solo y desarmado a quince enemigos pertrechados de ametralladora y, en cuestión de segundos, se deshace de ellos con un par de karatazos.
Nuestro buen Chapulín, en cambio, es chaparrito y lleva una que otra arruga en su rostro, nunca ganó medalla olímpica en levantamiento de pesas; y –todo hay que decirlo– a veces es medio miedoso… ¡Más fuerte que un ratón!
El Chapulín es buena gente. ¡Más noble que una lechuza! Quiere ayudar. Siempre se muestra dispuesto. Si alguien le llama, él no falla. ¿Y ahora quién podrá defenderme? En el momento justo, y cuando la persona en peligro ya agotó todos sus recursos, aparece el Chapulín con gran entusiasmo.
- ¡Yoooo!...
- ¡El Chapulín Colorado!
- ¡No contaban con mi astucia!
No obstante su astucia, los métodos de salvamento del Chapulín desesperan un poco. A veces se desanima. Siente miedo ante el peso de su misión. Al ver la cruda realidad de lo que implica salvar al necesitado, traga saliva, no sabe qué hacer y se paraliza. ¡Más rápido que una tortuga! Siente la tentación de echarse para atrás, de no ayudar. Pero, ¡…su escudo es un corazón! Se pone triste al ver cómo sufre la persona en peligro, se compadece y el corazón se le mueve en medio de su indecisión: ¡Sí lo hago…; sí lo hago…! Así que también necesita que otros le motiven y le den un empujoncito, o un gritito casi malhumorado… ¡Ay!... ¡Ya, Chapulín…! Y entonces nuestro buen Chapulín se lanza y ayuda.
Sus antenitas de vinil son capaces de detectar lo que otros no detectan. Los problemas más grandes los resuelve a veces haciéndose chiquito gracias a su frasco de chiquitolina.
Ya lo dice el viejo y conocido refrán… Yo creo que el éxito de nuestro gran héroe el Chapulín Colorado, se debe a que es de carne y hueso como cualquiera de nosotros. Lo que hace grande al Chapulín es que se vale de su pequeñez, de su sencillez y de su vulnerabilidad, para ayudar desinteresadamente a los demás. ¿Qué es su chipote chillón, hueco y de plástico, ante las armas poderosas del enemigo?
¡Lo sospeché desde un principio! La grandeza del Chapulín es que sabe hacerse chiquito. Reconoce sus límites y de ellos se vale para luchar y ayudar. Su falta de memoria a la hora de recordar refranes le sirve para ejercitar su increíble imaginación que intenta arreglarlos todo el tiempo que la paciencia de su interlocutor tarde en convertirse en desesperación… ¡Ay!... ¡Ya, Chapulín…!
Y es que la pequeñez, la sencillez y la vulnerabilidad son capaces de cosas grandes cuando se les suma el entusiasmo y la generosidad. Más de lo que nos imaginamos.
En el corazón humano, que es tan misterioso, tan capaz a veces de lo peor, pero también de lo mejor, late escondido un chapulín colorado. Déjalo salir. México necesita más Chapulines Colorados. Chile, España y Brasil necesitan más Chapulines Colorados. Todos los países del mundo necesitan más Chapulines Colorados. ¡Síganme los buenos! Algunos Chapulines ya existen, pero son todavía pocos. A veces es nuestro vecino, o va al mismo salón de clases que nosotros, o trabaja en la oficina de al lado, pero no nos damos mucha cuenta. Son héroes de lo pequeño y de lo cotidiano. Son de carne y hueso. Tienen defectos, sienten miedo, no cuentan con muchos medios, pero dejan que se les mueva el corazón y se lanzan a ayudar a los demás. Son mamás, oficinistas, empresarios, taxistas, abogadas, panaderos, ingenieros, médicos, sembradores, universitarios, tejedoras, niños, ancianos que dejan de pensar en sí mismos y en sus problemas y se ponen a ayudar a los demás con toda su pequeñez, su sencillez y su vulnerabilidad a cuestas. ¡Y vaya que si ayudan! Son constantes, un día y otro día. No hacen aspavientos. No filman anuncios comerciales de un perfume con su firma impresa en un frasco de cristal que cuesta más que el exótico bálsamo mismo. Pero, tarde o temprano, su heroísmo salta a la vista.
Descubre, entre tus vecinos, Chapulines Colorados. Conviértete tú también en un gran Chapulín Colorado para los demás.
Gracias, don Roberto Gómez Bolaños, el primero de los Chapulines Colorados… ¡Eso, eso, eso…!