¡Cómo me gustaría poder tomar por las orejas a millones de señoras para decirles en tono claro y fuerte que deben tratar a sus hijas adolescentes con más paciencia, cariño y comprensión!
Ya sé que las “once-diecisieteañeras” con frecuencia son insoportables, pero “eso” tiene diversas causas, y una de ellas es la falta de tacto y la mala memoria de sus mamás, pues olvidan que sus hijas traen un enorme motor de camión descarburado por dentro, y muchas no son conscientes de ello. Por si fuera poco, están estrenando la libertad que Dios les regaló, y para aprender a usarla adecuadamente lo que necesitan no es una mujer policía que las vigile, sino una amiga que tenga gran autoridad moral, y más experiencia que ellas, de forma que -a base de diálogo- pueda convencerlas de cuál sería la mejor opción, es decir el mejor modo de comportarse en cada situación de la vida.Las jovencitas quieren saber -por sí mismas- cómo funciona el mundo, pero sus mamás, con toda razón, tienen miedo de que esa prisa de vivir las lleve a cometer errores, muchos de ellos irremediables, o caer en las trampas de gente malintencionada, o simplemente tan inmaduras como ellas. No cabe duda: ¡Qué difícil es ser mamá hoy en día! ¿Cómo saber compaginar, pues, el respeto a la libertad con la prudencia y la fortaleza para dejar vivir, tratando de evitar al mismo tiempo que el excremento de los perros del mal que encontramos a veces en las esquinas manche a las hijas?En esto, como en tantos asuntos del quehacer diario no hay normas fijas, no se pueden dar recetas que sirvan a todas las personas ya que cada individuo es irrepetible y peculiar, como lo es también cada familia, cada papá, cada mamá, y cada hija. (Está claro que hoy no quiero referirme a los adolescentes, sino solamente a las adolescentes, ¿OK?).No sé por qué, pero cada vez que platico con estas pequeñas siento una tendencia a ponerme de su lado y de decirles: “No te preocupes, “eso” que te pasa es natural, y tú no tienes la culpa de sentirte así, lo que pasa es que tú también tienes que poner de tu parte para comprender a tu mamá; ella no quiere que te pase nada, y además quiere que llegues a ser una gran mujer; por otra parte ella ya no tiene quince años; por eso siempre está sobre ti, y no te da algunos permisos, pero claro que te quiere, y te quiere mucho”. En ocasiones les planteo esta cuestión: “Vamos a ver; cuando tú tengas una hija de quince años, ¿le vas a permitir hacer todo lo que ella quiera?, o ¿la vas a dejar que vaya a cualquier lugar?” Y siempre me contestan que no, o por lo menos -para dejar abierta una salida- me dicen: “Depende”. Y termino mi argumento con un: ¿ya ves? Pues igual tu mamá.Con frecuencia, el problema de la falta de comunicación, estriba en que los padres hablan sin escuchar, presentando argumentos que no están al nivel de los intereses y las circunstancias de sus hijas. Es decir, Si yo le digo a una chiquilla: “Mis padres nunca nos permitían llegar después de tal hora”, es comparable con un jefe que les dijera a sus empleados que cuando él empezó a trabajar su patrón no dejaba a nadie usar el teléfono para hacer llamadas personales. De ninguna manera estoy a favor del permisivismo, del libertinaje o de la falta de orden y disciplina, que son fundamentales en la educación. Mi intención es animar a los papás a que -poniéndose en los zapatos de sus hijas- busquen aquellos argumentos accesibles a su edad y circunstancias para ayudarlas a entender que no todo lo que se desea es posible o conveniente, y que ellas han de colaborar con todos en el orden del hogar, aunque muchas veces hayan de privarse de sus deseos como una exigencia obligada de la vida en sociedad.