Es paradójico: un Papa anciano busca inyectar juventud, lozanía y alegría de vivir a los jóvenes, amenazados por envejecer prematuramente, encerrados en la estrecha prisión del propio egoísmo. ¿Cómo? Ofreciéndoles ideales,
mostrándoles nuevamente que vale la pena tener un ideal, una esperanza que oriente y colme de sentido toda la existencia. Efectivamente el ideal nos invita a mirar al futuro, a trabajar en el presente para alcanzar un mañana que valga la pena; sin el la vida queda encerrada en la búsqueda de la satisfacción inmediata, en el ciego y absurdo goce del momento, que cuando pasa deja la amargura de la soledad y el sinsentido. Y al Papa no solo invita a tener un ideal, cualquier ideal, sino El ideal por antonomasia.
“La juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande…, sencillamente, no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos lo que era grande, nuevo. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza”. Así recuerda el Papa su propia juventud: como una época de ideales grandes y nobles, que impulsan a no dejarse dominar por la tentación de la mediocridad. El Papa descubrió ese ideal en el seguimiento de Cristo, por ello no duda en proponer con claridad y sin paliativos a los jóvenes esa misma audaz y valiente posibilidad: “Estar arraigados en Cristo significa responder concretamente a la llamada de Dios, fiándose de Él y poniendo en práctica su Palabra”.
No soslaya el Papa las dificultades, es conciente de que “la elección de creer en Cristo y de seguirle no es fácil. Se ve obstaculizada por nuestras infidelidades personales y por muchas voces que nos sugieren vías más fáciles. No os desaniméis, buscad más bien el apoyo de la comunidad cristiana, el apoyo de la Iglesia”. Pero precisamente porque no estamos solos, porque contamos con el apoyo de su Iglesia, podemos seguirle en ella. Las miserias personales, los errores, las imperfecciones, los pecados no son excusa para esforzarnos por seguirle de cerca, porque contamos con el apoyo y la comprensión de toda la Iglesia, que nos precede y nos engendra en la fe.
No ignora tampoco el Papa que en la sociedad actual existe una fuerte presión por excluir a Cristo y a su Iglesia de la vida pública, encerrándolos en la conciencia, y si es posible, excluyéndolos definitivamente de la vida humana. No es nada nuevo, en realidad ya la tentación originaria recelaba de Dios, pensando que era un obstáculo para la grandeza del hombre, como un competidor que le quitaría la propia gloria. Entonces como ahora esa tentación se revela absurda: “es un contrasentido pretender eliminar a Dios para que el hombre viva. Dios es la fuente de la vida; eliminarlo equivale a separarse de esta fuente e, inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría”. De hecho, la felicidad de los excesos y el paraíso en la tierra que promete la civilización tecnológica, una y otra vez se han mostrado incapaces de alcanzar tales objetivos, y con frecuencia destruyen a quienes inconscientemente abocan su vida en ese sentido.
El mensaje del Papa es en definitiva atractivo: los jóvenes son capaces de intuir la verdad de su propuesta y de adivinar el engaño escondido en sucedáneos, precisamente por que viven en una cultura minada por el desencanto y la desesperanza: “El relativismo que se ha difundido, y para el que todo da lo mismo y no existe ninguna verdad, ni un punto de referencia absoluto, no genera verdadera libertad, sino inestabilidad, desconcierto y un conformismo con las modas del momento”. Esa aguda observación del Papa son muchos jóvenes los que la experimentan en carne propia, los que la sufren, y así se sienten inclinados a escuchar la oferta del quien les ofrece el antídoto para su inconsciente mal.
Benedicto XVI ha -por decirlo así- adivinado las carencias de la cultura en la que están inmersos los jóvenes, y ha señalado la causa y el remedio. “Hay una fuerte corriente de pensamiento laicista que quiere apartar a Dios de la vida de las personas y la sociedad, planteando e intentando crear un paraíso sin Él. Pero la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un infierno”.
El remedio no es otro que Cristo, el Ideal que el Papa ofrece y que los jóvenes van a buscar en Madrid 2011. Para que sean capaces de verlo y de alcanzarlo, Benedicto XVI consagrará a los jóvenes del mundo al Sagrado Corazón de Jesús durante la Vigilia del sábado 20 de agosto. Nosotros podemos pedir para que descubran el atractivo del Jesús auténtico, y vean que es un ideal noble y grande, por el que vale la pena dar la vida; en realidad lo único por lo que merece la pena vivir.