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Madre por vocación, tenista por profesión

  Un partido de tenis, aunque sea la semifinal del abierto de Estados Unidos, no suele trascender más allá del foro deportivo.

Sin embargo, la semifinal femenil de este año entre la estadounidense y campeona defensora Serena Williams y la belga Kim Clijsters, trajo una serie de ingredientes interesantes que sí trascendieron más allá de la cancha central de Flushing Meadows.

Los expertos anticipaban el mejor partido del torneo, y sin duda alguna lo fue hasta los últimos segundos del mismo. Será, como quiera, un partido que pasará a la historia como ejemplar y a la vez triste. 

Ya en 2005, con apenas 22 años, Clijsters ganó el abierto de Estados Unidos y estaba en la cima del ranking mundial, convirtiéndose en una de las grandes tenistas de los últimos tiempos. Casada con el ex basquetbolista Brian Lynch, Kim, como millones de mujeres de su edad, se enfrentó a una decisión que cambiaría el rumbo de su vida profesional y personal: la de retirarse para ser madre. 

Después del nacimiento de su hija Jada Ellie, en pleno retiro y tras dos años sin haber siquiera tocado una raqueta de tenis, fue invitada a jugar un partido de exhibición contra Steffi Graf con motivo de la inauguración del techo en el coliseo del tenis en Wimbledon, Inglaterra. 

Durante varias semanas Kim y su esposo pensaron en un posible regreso al tenis profesional y finalmente ella decidió probar su suerte. 

Sin figurar ya en el ranking mundial y después de tan solo dos torneos con resultados “normales”, consiguió la invitación al US Open como wildcard. 

Todos los ojos de tenis mundial estaban puestos en ella y para la sorpresa de la gran mayoría, hizo un torneo impecable. Rumbo a la semifinal, dejó en el camino a jugadoras importantes como la misma Venus Williams, hermana de su contrincante semifinalista. 

Ya sobre la cancha principal Arthur Ashe, el lenguaje corporal y los ademanes de ambas mujeres dejó al descubierto gran parte de su personalidad y temple. 

La poderosa Serena, campeona defensora, invencible, profesional y ambiciosa, caminaba como una auténtica tigresa, no dispuesta a perder contra una mujer recién salida del retiro. 

Del lado contrario, Clijsters apareció discretamente. La palabra profesional la describe muy bien, al igual que los términos: dedicada y luchadora. El dominio es algo que no solamente aplica a las habilidades deportivas en la cancha, sino a todo su ser. Sin título ni ranking a su favor, su único triunfo era el de ser esposa y madre. 

El partido se desenvolvió y Clijsters tomó la delantera ganando el primer set con cierta facilidad y poniendo a Serena contra las cuerdas en el segundo. 

La campeona defensora se veía frustrada y recibió un aviso de la juez árbitro por despedazar su raqueta contra el piso. Sin embargo, estaba por suceder lo peor que hemos presenciado en el tenis profesional en los últimos años. 

Con un match point en contra, la juez de línea le señaló a Serena una falta de pie en su segundo saque, lo que suponía una doble falta y dos match point para la raqueta belga. 

En ese momento, Serena, con la raqueta en alto, se acercó a la juez de línea y la insultó a gritos, provocando la presencia inmediata del juez principal y la súbita penalización con un punto para Serena, y –por lo tanto–, la victoria para Clijsters. 

No debemos quedarnos con el mal ejemplo de Serena, que por lo demás ha sido una deportista ejemplar. Tendrá que enmendar los hechos. Quedémonos más bien con el ejemplo sublime de una mujer, madre por vocación, tenista de profesión, que supo poner en equilibrio su existencia, conciliando ambas facetas de su vida. 

Y para el récord, Clijsters venció a la danesa Caroline Wozniacki 7-5, 6-3 en la final, para convertirse en la tercera mujer de toda la historia en ser madre y campeona de un Gran Slam.