Eso son los mártires de todos los tiempos: luces en una noche oscura, señales de la fuerza de Dios en corazones fuertes que dirigen cuerpos frágiles.
Los verdugos, los enemigos de Dios y del hombre, saben que pueden insultar, denigrar, calumniar, perseguir, enjuiciar, encarcelar, condenar, mutilar, asesinar, a hombres y mujeres que viven según el Evangelio, que prefieren la verdad a la mentira, que dicen no a la injusticia para dar un sí al amor sincero.
Los verdugos pueden doblegar los cuerpos, pueden enfangar la fama de sus víctimas, pueden “anularlos” ante la sociedad. Pero en muchos casos su violencia homicida y su deseo fanático de poder se estrella ante voluntades que encuentran su fuerza en Dios, que rezan el Padrenuestro desde la oscuridad de la cárcel, que perdonan al enemigo, que irradian certezas indestructibles.
Luces en una noche oscura. El Papa Benedicto XVI usaba estas palabras desde uno de los lugares más siniestros del mundo moderno, Auschwitz-Birkenau, el último día de su estancia en Polonia (28 de mayo de 2006). Quiso recordar con ellas a aquellos alemanes que dijeron no a la locura, que murieron despreciados como si fuesen “el deshecho de la nación”. Pero esas palabras valen para los mártires de todos los tiempos: “Damos gracias a estas personas, porque no se sometieron al poder del mal y ahora están ante nosotros como luces en una noche oscura”.
También hoy existen poderosos dispuestos a destruir señales de fe, de amor, de esperanza cristiana. También hoy trabajan fuerzas oscuras que quieren controlar pueblos, naciones, continentes enteros para el triunfo de ideologías que no dejan espacio a Dios y que pisotean el valor profundo de la dignidad humana. También hoy cientos de personas promueven la calumnia, la mentira, el odio hacia católicos y hacia tantos hombres y mujeres de buena voluntad de otras confesiones cristianas, de religiones y tradiciones culturales llenas de valores perennes.
Caen nuevos mártires. Bajo armas homicidas, en cárceles que buscan arrancarlos del recuerdo de los hombres, o simplemente con calumnias repetidas una y mil veces con astucia diabólica. Caen, y son presentados como perdedores, derrotados, miserables.
Algún día sabremos que su derrota no fue vana. Sus lágrimas están contenidas en el Libro de la vida, su sangre se une a la Sangre del Cordero, su fidelidad al Evangelio les convierte en luces indestructibles.
La noche puede parecer oscura y larga. Pero en ella brillan mártires del amor y de la gracia. La aurora empieza a despuntar, irradia esperanzas en un mundo hambriento de paz, permite a nuevos corazones dar su sí al amor, al perdón, a la vida verdadera. Vence así, desde la entrega de esos mártires, Jesús el Nazareno, Dueño del tiempo y de lo eterno, Salvador del hombre y del Universo.