Son los de siempre. Los que no cuentan, los que no tienen voz ni voto, los marginados de la sociedad, los que ni tienen familia, vivienda, ni donde dormir y a veces, carecen hasta de un plato caliente o un pedazo de que llevarse a la boca. Son los machacados por la vida.
El Evangelio y los curas dicen que son los preferidos de Dios. Otros muchos decimos además, que son los olvidados de los hombres.
Los políticos les usan para sus campañas de imagen; luego, casi nadie se preocupa de ellos. Los ciudadanos, en general, los miramos con pena y compasión; les damos, a veces, algo que nos sobra y tratamos con ello de tranquilizar nuestra conciencia; los ricachones ignoran su existencia; la clase trabajadora los defiende, los quiere y comparte con ellos lo que tiene; los partidos políticos proclaman a los cuatro vientos los tópicos electorales de la justicia, la igualdad y los derechos humanos; pero casi todo queda en letra muerta.
Hasta en la “Iglesia de los pobres”, muchas veces éstos resultan molestos e incordiantes y se les da de lado y no se les mira como hermanos de verdad. Se delega en Cáritas la labor asistencial y luego se derrocha en lujos innecesarios. Lo cierto es, que se cumple al pie de la letra, hoy como ayer, las palabras de Jesús: “Pobres tendréis siempre con vosotros”.
No es mi intención hacer demagogia de ningún tipo; pero la verdad hay que gritarla bien alto, aunque escueza a algunos. El único que nos dio la certera solución en este tema, como en tantos otros de la vida, fue Jesús de Nazaret.
Jesucristo, el Hijo de Dios, para los que creemos en Él, nació pobre, vivió pobre, no tenía dónde reclinar su cabeza y murió desnudo en una cruz Su palabra y ejemplo son harto elocuentes para dudar que los pobres fueron sus preferidos. Nadie ha podido igualar su mensaje de auténtica y verdadera revolución social. Pena grande que, tras siglos de distancia, en muchos aspectos y en lugares, permanezca, con honrosas excepciones, casi sin estrenar y llevarse a la práctica.
En este contexto y tras el largo preámbulo anterior, fijo mis ojos en LA BODA DEL SIGLO. Su desarrollo detallado es conocido por todos los ciudadanos, gracias a la labor ingente de todos los medios. Innecesario volver sobre ellos.
Gasto enorme de millones, salidos del erario público, entre otras cosas, para atención de la seguridad personal de los invitados. Millones de euros para toda la parafernalia nupcial. Nada digamos de los gastos programados para el banquete, la ornamentación de los sitios reales, las flores, los adornos y un interminable etcétera..
Dios me libre de hacer demagogia barata, pero con los debidos respetos y con mi derecho personal a la libre expresión democrática, quiero elevar mi voz crítica, aunque sea molesta e incordiante para algunos que me lean.
No comparto la medida de “limpiar Madrid de pobres”, recluirlos en sitios no visibles y tratarlos en muchos aspectos como ciudadanos de cuarta categoría social. ¡Derechos humanos para todos¡.
¿Quién podría protestar si en lugar te tantos gastos previstos e imprevistos, salidos del bolsillo de todos los contribuyentes, se hubiesen dedicado, con esta histórica ocasión, unos millones tan solo para erradicar algunas zonas de chabolismo de la capital de España, de habilitar lugares de atención social a los marginados, de potenciar los sitios de acogida a indigentes, de dotar de medios a los asilos, a las obras de residencias para pobres tanto de la Iglesia como de la sociedad civil?.
Sinceramente creo que todavía estamos muy a tiempo de una reacción ejemplar, anunciada en su momento cumbre, en todos los medios y por parte de quien corresponda, sin excluir a nadie, (Casa del Rey, Príncipes consortes, Gobierno de la nación, Ayuntamiento de Madrid, Iglesia católica, Organismos oficiales etcétera) para dejar bien claro que los más pobres NO han sido excluidos del evento histórico, la boda real.