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Los ojos de Dios

Los ojos de Dios

 

Hay ojos que nos miran con afecto. Nuestro corazón, en esos momentos, experimenta un profundo sentimiento de paz y de sosiego. Alguien nos quiere, alguien nos aprecia, alguien piensa en ti y en mí.

También Dios abre las nubes y nos sonríe cada día. Detrás de una lluvia, del sol, de las estrellas, y dentro de cada hoja, de cada jilguero, de esa hormiga trabajadora, nos acompaña, nos comprende, nos mira con un cariño especial. La vida es distinta cuando nos dejamos penetrar por esos ojos del Dios bueno.

Su mirada es de afecto y de exigencia, porque el amor quiere lo mejor para su amado. No es fácil aceptar la corrección de quien no nos ama. Con Dios, en cambio, todo es distinto. Sabemos que nos quiere como a hijos, nos sueña en las tardes de verano y nos despierta para ir al trabajo en las jornadas del invierno. Por eso somos capaces de hacer hasta lo imposible para llevar adelante lo que nos pide el Padre de los cielos.

¿Qué nos piden los ojos de Dios? Un poco de generosidad y de alegría. Iluminar este mundo con luces de justicia y de esperanza. Perdonar al que nos ofende, porque Él nos perdonó primero. Vivir para los otros: la vida verdadera no es la que se esconde en un tintero, sino la que se gasta, día a día, al servicio del hermano.

Hoy es un día nuevo. La luz vence el peso del pecado, el amor derrite el frío de los suelos. Dios sonríe, como Padre, a cada uno de sus hijos. Acompaña al enfermo y recoge, en su seno, al que muere con un rezo entre sus labios.

No sabemos si llegaremos a la noche. Pero estamos seguros de que Dios nos quiere, como nadie. Sus ojos dan sentido a nuestros pasos, a nuestros sueños. Es un Dios bueno, que sonríe, más allá de las estrellas, cuando acariciamos la cabeza de un niño y cuando besamos, lentamente, a ese anciano que busca un poco de compañía y de consuelo.