Errores y fracasos no son lo mismo, aunque muy frecuentemente van de la mano. Todos nos equivocamos a diario en asuntos de poca o mucha monta y, sin embargo, esto no tiene que suponer necesariamente nuestra ruina. Tenemos que aprender a presupuestar los fracasos en nuestras vidas y ello nos ayudará a no caer demasiado bajo, es más, nos ayudará a madurar.
El fracaso es una derrota insuperable; aunque “insuperable” es un término que no siempre aplicamos con justicia. El ser humano, por principio, siempre tiene la posibilidad de levantarse de sus caídas. Aquí estriba la virtud de la esperanza que soporta al optimismo. Pero seamos objetivos, hay asuntos que no tienen arreglo. No se puede sustituir a un ser querido como quien cambia una llanta rota por una nueva. No hay repuestos de personas.
Ahora bien, todos sabemos que mucha gente fracasa en su persona, en sus bienes y en sus familias. Más aún, hay seres que parecen estar destinados al fracaso pues a pesar de sus ilusiones y capacitación no logran alcanzar sus metas. ¿Será cierto que nacieron con mala estrella?
Personalmente pienso que los motivos de estos casos son muy diversos. Aquí entran los traumas; la falta de apoyo por parte de quienes deberían servir de respaldo en los momentos difíciles; las imperfecciones del carácter, y el orgullo, que a veces nos les permite aceptar consejos; la ausencia de un proyecto de vida con valores bien cimentados y, de una manera muy especial, la falta de hábitos como el orden, la laboriosidad, la paciencia, la tolerancia, la comprensión, la lealtad y muchos más.
No resulta raro que dichas personas suelan echar la culpa de todo al mundo entero, incluyendo al destino, y con frecuencia viven con complejo de víctimas incomprendidas. Otras veces es la falta de objetividad y los sueños de grandeza lo que los pierde. Ellos creen saber qué se ha de hacer, cuando y cómo, pero el mundo se empeña en no valorar sus maravillosas aportaciones. En estos casos aparecen también actitudes desubicadas de aquellos que no saben tratar con respeto a los demás y se exceden en un trato familiar con personas que acaban de conocer y esa actitud les provoca un rechazo generalizado cerrándoles muchas puertas, y lo peor del caso, es que no se dan cuenta que ellos han fomentado ese ambiente adverso.
Aprender de los errores es una gran ciencia donde debe ubicarse la búsqueda de soluciones, y en esto consiste una parte importante de la educación que se les ha de dar a los hijos. Nuestros errores no nos arrastrarán al fracaso si aprendemos de quienes -con verdadera humildad- están abiertos a aprender de los demás, incluso, de quienes dependan de nosotros.