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Los cuatro Evangelios


De acuerdo a la forma de pensar de algunos seguidores de la diosa moda, no me extrañaría que algunos esperen escuchar desde el ambón en la Misa dominical: “Lectura del Santo Evangelio según NationalGeographic”.

A lo largo de los años que tengo publicando en diversos periódicos, he procurado mantener una línea claramente diferenciada de lo que todos conocemos como “la hojita parroquial”, pues entiendo que son foros distintos. Sin embargo, y gracias al interés que ha despertado un supuesto recién descubrimiento del así llamado “Evangelio de Judas”, me parece oportuno recordar algunos puntos acerca de los “Evangelios canónicos” o “auténticos”, como se les prefiera llamar.

Es lógico pensar que para los primeros cristianos sería muy importante conocer detalles de la vida de Jesús, sus milagros, los encuentros con las multitudes y con personas singulares, circunstancias de su nacimiento, pasión y muerte, de sus apariciones, etc. Los Apóstoles sabían que sus escritos, dirigidos a todos los cristianos de todos los tiempos, no se circunscribían a las necesidades de los fieles de aquella primera época. No obstante, contarían lo que en aquel momento considerasen más apto para la edificación de la primitiva Iglesia.

Los Evangelistas fueron testigos de Jesucristo; testigos inmediatos -San Mateo y San Juan-, y mediatos -San Marcos y San Lucas, discípulos de San Pedro y de San Pablo, respectivamente-. Antes de poner por escrito el contenido de sus libros, el Evangelio se transmitía oralmente desde el día de Pentecostés.

San Juan dice expresamente: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida, os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros”.

 San Lucas al comenzar su libro aclara la forma en que fundó su investigación para dar a conocer al Señor Jesús. Así pues los evangelistas pusieron todas sus facultades al servicio de su obra, con la que intentaban el bien de la Iglesia y la utilidad de sus lectores: fortalecerles en la fe y ayudarles a orientar su vida según la voluntad de Cristo. En efecto, los evangelistas acuden a las mejores fuentes: la predicación apostólica o sus recuerdos personales.

Aunque los Evangelios no son una historia sistemática -a manera de biografía como hoy se acostumbran- que quiera abarcar todos los acontecimientos referentes a Jesús de Nazaret, no por ello dejan de ser verdadera historia. Podemos entender que así como los milagros y palabras de Jesús fueron señales claras de la divinidad de Jesús para sus contemporáneos, los relatos evangélicos comprobables históricamente constituyen una garantía de la veracidad de aquellos otros que, escapan a una comprobación racional y se aceptan por la fe.

Scott Hahn -quien fuera pastor presbiteriano convertido recientemente a la fe católica- escribe en su libro titulado “Roma, dulce hogar”: “A nuestros hermanos católicos queremos animarlos a conocer mejor la fe católica. Estúdienla para saber qué creen y por qué creen. Lean la Sagrada Escritura diariamente”. Y yo, para seguir el tenor de este artículo, solamente añadiría: Amén.