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Lo más bello, lo dramático, lo esperanzador

“El Mensaje conclusivo del Sínodo del 2008 es el más bello surgido de una asamblea sinodal”.  Con este comentario no sólo concuerdan varios de los padres sinodales que tomaron la palabra en el debate tras su presentación, sino también una crónica de L'Osservatore Romano.

¿Y quién es el autor de este mensaje, calificado el más bello de una asamblea sinodal? Monseñor Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, es el responsable ahora del Mensaje conclusivo del Sínodo.

Monseñor Ravasi es autor de unos 150 libros y de numerosos artículos, escribe en el diario Avvenire y colabora con varios diarios y revistas italianas y extranjeras. Dirige un programa de televisión dominical “Fronteras del Espíritu”.

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Recordemos. El pasado 5 de octubre Benedicto XVI hablando del Sínodo de los Obispos que comenzaba en Roma, explicó “el valor y la función de esta asamblea particular de los obispos, elegidos de manera que representen a todo el episcopado y convocados para aportar al Sucesor de Pedro una ayuda más eficaz, manifestando y consolidando al mismo tiempo la comunión eclesial”. Como es sabido, esta Asamblea culmina el 26 de octubre.

Para este 26 de octubre el Mensaje conclusivo “tiene la finalidad de estimular al Pueblo de Dios, alentándolo en la fidelidad a la propia vocación y alentándolo por los esfuerzos realizados”.

Haciéndose eco de las intervenciones de los padres sinodales, “rebosa de dinamismo cristiano, penetrado del justo orgullo de ser cristianos”, constata L'Osservatore Romano.

El mensaje se basa en cuatro símbolos que constituyen sus cuatro capítulos: “La voz de la Palabra: la revelación; El rostro de la Palabra: Jesucristo; La Casa de la Palabra: la Iglesia; Los caminos de la Palabra: la misión”. El texto completo, del que circula una versión abreviada, está disponible desde hoy en las agencias.

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La más dramática intervención en el Sínodo fue del cardenal Emmanuel III Delly, Patriarca de Babilonia de los Caldeos, en el actual Iraq, el 14 de octubre 2008: “Soy un hijo de la tierra de Abraham, Iraq. (...) Hemos hecho todo lo posible por obtener la paz y la tranquilidad en el país. La situación en algunas partes de Irak es desastrosa y trágica. La vida es un calvario: faltan la paz y la seguridad, así como los elementos básicos cotidianos. Todos temen los secuestros y las intimidaciones. (...) Por no hablar del número cada vez mayor de muertos causados por las bombas y por los kamikazes (...) Para nosotros, vivir la Palabra de Dios significa testimoniarla también al precio de la propia vida, como ha sucedido y sucede con el sacrificio de obispos, sacerdotes y fieles. (...) Por eso, les suplico que recen por nosotros y con nosotros al Señor Jesús, Verbo de Dios, y que compartan nuestra preocupación, nuestras esperanzas y el dolor de nuestras heridas, para que la Palabra de Dios hecha carne permanezca en su Iglesia y junto a nosotros como buen anuncio y como apoyo. Dieciséis de nuestros sacerdotes y dos obispos han sido secuestrados y liberados tras un rescate muy costoso. Algunos de ellos pertenecen al grupo de los nuevos mártires que hoy interceden por nosotros desde el Cielo: el arzobispo de Mosul, Faraj Rahho, el padre Raghid Ganni, otros dos sacerdotes y otras seis jóvenes”.

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Sin lugar a dudas, una de las intervenciones más esperanzadoras fue la del obispo Joseph Nguyen Chi Linh, de Thanh Hoa, Vietnam, el mismo martes 14: “El Evangelio fue proclamado por primera vez en nuestra tierra a inicios del siglo XVI, en el doloroso contexto de una guerra civil entre dos reinos de hermanos enemigos. (...) Inmersos en una historia entretejida de odio, de guerras ideológicas y de limitaciones discriminatorias, nuestros cristianos están cada vez más convencidos de que sólo la Palabra de Dios les puede conservar en el amor, en la alegría, en la paz, en la comunión y en la tolerancia. (...) Merece la pena citar un episodio para demostrar que la Palabra de Dios sigue sosteniendo a la Iglesia en Vietnam. Se trata de la conversión en masa de miles de personas pertenecientes a minorías étnicas, poco después de la canonización de los 117 mártires de Vietnam en 1988. Lo más curioso es que muchos hayan admitido haber escuchado la Radio Protestante de Manila, Filipinas, y que se hayan convertido al catolicismo en Vietnam (…). La Palabra de Dios, resonando desde muy lejos y alcanzando sus oídos, se ha convertido en fuente de esperanza para estas personas dispersas entre las montañas, privadas de todo y sin futuro. Para concluir, quisiera subrayar, en cuanto cristiano vietnamita, la convicción de que en las persecuciones nuestra mayor gracia es la fidelidad a la Palabra de Dios”.