San Pablo está seguro del amor de Cristo y quiere difundirlo hasta los confines del mundo conocido. La misión no le deja acomodarse.
Pablo vive como «enajenado» por su misión, no vive para sí, sino para predicar el Evangelio. Él está seguro del amor de Cristo y quiere difundirlo hasta los confines del mundo conocido. Por ello es incapaz de permanecer cómodamente tranquilo esperando a ver cómo se desarrollan los acontecimientos. Viaja de un lugar a otro, funda comunidades, predica a tiempo y a destiempo. Habla de Cristo en el areópago de Atenas, en las plazas de Corinto, en las sinagogas, en el pretorio, en el barco, en el templo de Jerusalén, en la prisión de Roma. Pablo se siente y es ante todo «apóstol» de Jesucristo. Éste es el título de gloria que se da a sí mismo en sus cartas: «Pablo, apóstol de Cristo, por voluntad de Dios» (2 Co 1,1), «elegido para predicar el Evangelio de Dios» (Rm 1, 1), «apóstol no de parte de los hombres ni por mediación de hombres, sino por Jesucristo y Dios Padre» (Ga 1, 1). Se siente enviado, misionero. Sale al encuentro de las personas, habla de Cristo aunque sabe que algunos, como los refinados atenienses, se reirían de él; que le esperan sufrimientos, cárceles, azotes. El amor de san Pablo a Cristo no es platónico ni idealista. Es viril y apasionado. No se limita a recordar con nostalgia la aparición del Señor camino de Damasco. Las palabras de Cristo en aquella ocasión no le dejaron vivir un estilo de vida acomodada: «Levántate y ponte en pie». Y se puso en camino hasta dar su vida por ser fiel a este mandato.
(Extracto de una carta del fundador, 21 de noviembre de 1993)
Tomado de Id al mundo y predicad el Evangelio