Las marcas de Pablo
Cuando san Pablo escribe a los Gálatas pidiendo a Dios que “lo libre de gloriarse en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo”, no está exagerando ni usando un lenguaje metafórico; está hablando de su condición ordinaria de apóstol, para quien “el mundo está crucificado para él y él para el mundo” (cf Gal 6, 14). Llevar la cruz es la condición normal del seguimiento del Señor Jesucristo.
En sus escritos, San Pablo se refiere a este estado de crucifixión que implica el anuncio del evangelio. En la segunda carta a los Corintios, hace un recuento de sus padecimientos, no para vanagloriarse –por eso dice que “va a hacerse un poco el loco”–, sino para que sus lectores comprueben la autenticidad de su misión. Sus calumniadores, que se creían “superapóstoles”, podrían presumir de todo, menos de compartir la cruz del Señor.
La lista de padecimientos que autentifican las credenciales apostólicas de san Pablo, es muy larga: fatigas, prisiones, condenas a muerte, cinco veces castigado con treinta y nueve azotes, tres veces golpeado con varas, una vez apedreado y dado por muerto; sufrió tres naufragios y arriesgó su vida cruzando ríos; fue asaltado por maleantes, traicionado por sus compatriotas y perseguido tanto por extraños como por falsos hermanos; pasó días sin comer, noches sin dormir, sin ropa y lleno de frío y, “además de todo esto, la carga cotidiana, la preocupación de todas las iglesias” (2 Cor 11, 13ss); por eso, al final de una de sus cartas, afirma contundente frente a sus acusadores: “Que en adelante nadie me moleste, ya que llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús” (Gal 6, 17). Las heridas de Cristo marcaron su cuerpo y su espíritu y son para él signo de autenticidad, señal de protección y garantía de victoria. En Roma, por la espada, merecerá la palma del martirio y la corona de la gloria. Su vida fue, como la de Cristo, una ofrenda agradable a Dios. Es el modelo del discípulo misionero de Jesucristo.
† Mario De Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro