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La Virgen María, la mujer genuina

La Virgen María, la mujer genuina

 

“La mujer”, en el lenguaje bíblico, se denomina “Neguevah”, que significa capacidad de apertura, la que da espacio para acoger, y María lo hace en los dos sentidos: está siempre a la escucha de lo que Dios quiere, y también ofrece su ser para acoger la vida. Son dos formas de expresión de lo fundamental de la persona: acoger la voluntad de Dios espiritual y corporalmente. Pero además esta palabra tiene una raíz común con el verbo “decir”, que expresa estar al servicio de la palabra, del verbo, y es propiamente femenino la comunicación, en los dos sentidos de generar el verbo y ofrecerlo a los demás. También aquí encontramos una maravillosa realización de esta misión en la Virgen María: está unida a la Palabra de Dios, engendra el Verbo en su interior en la Anunciación, y lo ofrece a los demás en el Nacimiento. Ella da sentido a su vida escuchando la palabra de Dios y realizando con su libertad la obediencia de la fe. No sólo dijo «hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1, 38) sino que se entregó como nadie, y por eso Jesús responde al piropo de alabanza a su madre con un motivo más alto: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 11, 27).

Ella es pues la «mujer» por excelencia, la obra maestra de Dios, “ensayada” en cada mujer de la historia hasta que llegó a su perfección, en cada noche y en los mil luceros que la llenan, en los ríos y cordilleras y puestas de sol. Ella, la “vestida de sol”, la que tiene “la luna a sus pies”, fue la que unió la grandeza de su ser a la humildad de su aparecer, la que reina sirviendo, la que descubre que nunca somos tan grandes como cuando nos ponemos totalmente a disposición del Espíritu, de nuestro Padre Dios. Ante la deformación que causa el pecado en la historia, que difumina la verdad sobre la mujer, dice Juan Pablo II: “María es «nuevo principio» de la dignidad y vocación de la mujer, de todas y cada una de las mujeres.” Es el modelo de realización personal.

La cultura de la muerte deja tantas víctimas de mujeres que no quieren ser madre; R. Folch Camarasa dice con ironía que “después de la euforia natalista de una cierta época, se ha ido abriendo paso la idea universalmente predicada de que, como en la India la gente pasaba hambre, tener más de tres hijos en el Paseo de Gracia de Barcelona era un crimen contra la humanidad”. Es una pena ver cómo se pervierte lo que de verdad hace feliz a la mujer (la maternidad, tanto biológica como espiritual) y se busca la complicidad de la mujer que emule al hombre con el señuelo de que no renuncie “a sus potencialidades de persona con plenitud de derechos por reducirse a la triste condición de esclava del hombre”, cuando en realidad se la esclaviza con pretexto de que no se dedique a traer hijos al mundo, educarlos y cuidar de la familia, y se le engaña con las nuevas manzanas de que “era mucho más honorable hacer de secretaria-mecanógrafa o conductora de autobús que criar hombres y educarlos”. Por supuesto que la participación de la mujer en el mundo y en crear una cultura más humana es muy necesaria, pues el pensamiento y el arte tiene más necesidad que nunca de su «genio», decía el Papa. La solución feminista no será pues masculinizar la mujer, pues se está viendo como la organización de la sociedad está pensada para hombres (por ejemplo, la economía y la organización del trabajo está muy pensada para una competitividad y horarios masculinos), sino que además de aportar la fuerza del trabajo, la mujer podrá participar en lo que podemos llamar “feminizar el mundo”: la delicadeza en las relaciones humanas, a veces duras, y no digamos en campos como la educación o la política, tan importantes para la paz social.

Decía Juan Pablo II que es urgente que la mujer aporte a la sociedad “eso que es fundamental... lo que se encuentra en lo más profundo..., el valor más íntimo, el más grande: el amor”. Con su sensibilidad, ella es capaz de amar de manera especial, tiene más capacidad para el sacrificio. En este mundo de hoy, intoxicado con medias verdades que genera el egoísmo y que los medios de comunicación se encargan de cacarear, la Virgen es el icono de la fuerza moral de la mujer y de la humanidad, la estrella que muestra el camino para una vida auténticamente vivida, para “encontrarse existiendo” (en expresión de Jesús Arellano). Y así como los cristianos fueron contra corriente en la cultura pagana de Grecia o Roma, también hoy: no importa que las leyes estén en contra de la familia o de una libertad de educación, pues se trata de crear espacios donde se pueda respirar, en medio de una sociedad pluralista: esos ambientes serán “sal de la tierra, luz del mundo”, con familias que educarán bien a hijos que darán la solución para mañana, volver a dar a conocer Jesús a nuestra civilización tan cansada por falta de recursos. Y la Virgen María nos da luz para ese verdadero camino, tan escondido y silencioso como eficaz: muestra la gracia femenina, su belleza más genuina, su fortaleza y responsabilidad ante Dios y el mundo, ante el amor y la vida.