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La vida, un reto de generosidad y valentía

La vida, un reto de generosidad y valentía

Mi vida no se agota en el momento presente sino que cada día tiene un porqué y un para qué. Carta del P. Marcial Maciel, L.C., a un grupo de jóvenes. Juventud Misionera

¡Venga Tu Reino!

Roma, 23 de febrero de 1998

A los participantes en el congreso de Juventud MisioneraLa vida, es un reto de generosidad y valentia, Padre Marcial Maciel, L.C.

Muy estimados jóvenes:

Todos los hombres avanzan por el sendero de la vida, en este parpadeo de tiempo que es la existencia humana, de camino hacia la eternidad. Cada quien gasta los años a su manera: unos se agobian por gozar a tope cada minuto, buscando ansiosamente a cada paso nuevas experiencias y más intensos placeres, hasta terminar sus días hastiados del mundo y hartos de sí mismos, vacíos interiormente y profundamente insatisfechos. Otros van por este mundo recreándose en la contemplación de sí mismos, su vida entera no es sino un artificioso ceremonial egolátrico cuya liturgia exige de los demás el culto debido a sus intereses y a su propia personilla; para estos los demás son simplemente un espejo donde verse a sí mismos y el mundo una plataforma

Los niños, almas abiertas a la gracia de Dios.

para su propia realización. Otros caminan por la vida despistadamente, sin saber en dónde están ni a dónde van, su vida se pierde en el anonimato y la superficialidad; sin que los acontecimientos les hieran ni despierten en ellos un compromiso; todo lo ven desde fuera, como en un gran escaparate, pero no se lanzan ni se arriesgan, encadenados por el miedo a la entrega; y así despilfarran sus años en una dulce y anestesiante mediocridad.Existe, finalmente, el grupo de los que se toman en serio su vida y la afrontan asumiendo todos sus retos y desafíos con generosidad y valentía; no son necesariamente tipos fuera de serie por sus cualidades excepcionales ni tampoco por un golpe de suerte, pero tienen una cosa en común: la generosidad. Esta clase de hombres y de mujeres conciben su existencia como una misión, su vida no se agota en el momento presente

Momento en el que el P. Arturo Díaz, L.C., bautiza a uno de los niños de la aldea.

sino que cada día tiene un porqué y un para qué; hombres que se toman en serio su fe, católicos de cuerpo entero, con todas las consecuencias. Estos, a pesar de las limitaciones personales y las dificultades normales que se vayan presentando, se convierten en líderes y triunfan en la vida, dejan una huella indeleble en los demás.

Si ustedes están reunidos en este congreso de Juventud Misionera es porque buscan algo más en su vida, sienten que su fe da pleno sentido a su existencia y quieren transmitirla a otros muchos. Yo les invito a que tomen conciencia de lo que significa ser misionero de verdad, para que no pretendan reducir la imagen del misionero a una caricatura o a un sentirse bien, movidos sólo por una sed de curiosidad o de experiencias nuevas.

Ser misionero significa, ante todo, tomar conciencia de la misión que Dios ha dado

La familia Sánchez-Múji9ca

personalmente a cada uno de ustedes en esta vida. Su existencia en esta tierra no es fruto del azar sino que ha sido querida por Dios para una misión muy concreta de la cual tendrán que dar cuentas ante Él. Por eso el misionero es el hombre de la voluntad de Dios, es decir, uno que pone el querer de Dios por encima de sus gustos y planes personales. Su principal pregunta e inquietud deberá ser la de cumplir siempre y en todo lugar la voluntad de Dios. Pregúntenle frecuentemente: “Señor, ¿qué es lo que quieres de mi vida?, ¿qué quieres que haga por ti?”.

En segundo lugar no olviden que se es misionero a tiempo completo, no sólo cuando se cuelgan una cruz al cuello y recorren los caminos y terracerías, tocando las puertas de una ranchería o de un pueblo escondido en la sierra, rezando y predicando en las plazas, sintiendo con la gente sus alegrías y sus penas. Ser misionero es un estilo de vida, un modo de ser que nace del convencimiento de la propia fe y del amor apasionado a Cristo y a las almas. Por eso, el primer modo de misionar es necesariamente el propio testimonio de vida cristiana auténtica y coherente con la propia fe. La misión empieza, por tanto, en la propia casa, entre sus amigos y compañeros de universidad o de trabajo. Si falta esto, todo lo demás es una coartada, un fuego de artificio, que nos hace sentirnos bien pero que no redime ni salva a las almas.

Como una consecuencia de lo anterior se entenderá mejor la necesidad de ser misionero desde dentro, es decir, la misión es fruto de una experiencia de Cristo y de una fe viva e íntima que se quiere comunicar y transmitir a todos a como dé lugar. Déjense quemar si quieren alumbrar a los demás, vivan muy cerca de Cristo, por la frescura y la delicadeza en su vida de gracia, por sus momentos de oración y de reflexión sobre el Evangelio que predicarán. Entonces sin quererlo transmitirán una fe joven, atrayente y contagiosa.

Por último, y como un resumen de lo anterior, el misionero es el hombre generoso por excelencia, que no teme comprometer el propio tiempo e incluso su descanso personal para dedicarse a la tarea de evangelizar. Misionero es el que aporta todas sus cualidades, su ingenio y recursos materiales para predicar a Cristo. Yo les invito a que no pierdan de vista la gran necesidad que tiene el mundo de ustedes. Vean a la Iglesia, a su Iglesia, perseguida por sus enemigos; vean con qué furia las sectas arrebatan la fe a miles y miles de almas que diariamente abandonan la Iglesia católica; contemplen el espectáculo horrendo del materialismo salvaje, del escepticismo y de la frivolidad en las que vive el mundo; y, lo que es peor, abran los ojos y vean cómo muchos católicos, quizá demasiados, viven con rutina o con miedo su propia fe, lamentándose y dándose golpes de pecho por los males que afligen a la sociedad, pero a la vez permaneciendo con los brazos cruzados, sin aportar nada concreto, indiferentes ante este panorama escalofriante.

Creo honestamente que un católico que se tenga por tal no puede quedarse al margen de esta situación crítica sin traicionar su conciencia y entrar en contradicción con su propia fe. Dios les ha llamado, les necesita, para que le ayuden a transformar este mundo dándole lo que pide a gritos, aun sin darse cuenta, es decir, a Jesucristo, camino, verdad y vida para el hombre de hoy.

Ojalá que como fruto de este congreso salgan decididos a darlo todo por esta causa; a vencer el miedo o la rutina para entregarse a las misiones de modo organizado, inteligente y sistemático. Que arrimen el hombro con entusiasmo y generosidad en esta “cruzada” de la nueva evangelización a la que nos ha convocado el Papa Juan Pablo II ante la inminencia del gran Jubileo del año 2000. Hagan crecer este hermoso apostolado de las misiones haciendo que miles de jóvenes se conviertan en apóstoles convencidos de Cristo, conscientes de que la vida no sirve de nada si no se da por Cristo y por la salvación eterna de las almas. Este es mi deseo para todos ustedes, jóvenes misioneros, y esto es lo que le pido muy de corazón a Dios y a María Santísima en mis oraciones. Quedo suyo afmo. y s.s. en Jesucristo,

P. Marcial Maciel, L.C.

(17 de marzo de 2003)