Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un
mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de
viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les
aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron
sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se
pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía
expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían,
venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel
ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar a
cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: ¿Es que
no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de
nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos y
elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia,
Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene,
forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les
oímos hablar en nuestra lengua las
maravillas de Dios. Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían
unos a otros ¿Qué significa esto? Otros en cambio decían riéndose
¡Están llenos de mosto! Entonces Pedro, presentándose con los Once,
levantó su voz y les dijo: Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que
os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras...
Hch 2,1-14
El Espíritu Santo
- Cristo mandó al Espíritu Santo para ayudarnos a asimilar su
doctrina y darnos la fuerza para cumplirla. - Debemos colaborar con el Espíritu Santo aceptando su Luz y su
Fuerza.
1. El Espíritu Santo nos ayuda a asimilar la doctrina de Cristo.
La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia,
Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta
asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en
el Espíritu Santo: el Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene
por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor
resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su
muerte y resurrección. (Catecismo, n.737).
Con frecuencia notamos que tenemos ideas claras sobre la doctrina
católica. Si nos hicieran un examen, probablemente sacaríamos una buena
nota. Pero una cosa es saber algo y otra es vivirla. Necesitamos una ayuda
especial para poder ir formando nuestra conciencia moral, y esta ayuda
viene del Espíritu Santo.
En realidad, el verdadero artífice de una conciencia bien formada es el
Espíritu Santo: es Él quien, por un lado, señala la voluntad de Dios
como norma suprema de comportamiento, y por otro, derramando en el alma
las tres virtudes teologales y los dones, suscita en el corazón del
hombre la íntima aspiración a la voluntad divina hasta hacer de ella su
alimento.
Con mucha frecuencia no vemos claramente el por qué la Iglesia nos exige
ciertos comportamientos morales. En estas ocasiones tenemos que echar mano
de una ayuda superior, la del Espíritu Santo. El puede doblar nuestro
juicio para hacerlo coincidir con el de Dios.
2. El Espíritu Santo nos da la fuerza necesaria para vivir nuestros
compromisos bautismales.
La vida cristiana es una opción que debemos renovar todos los días. Dios
nos deja libres. En cualquier momento cabe la posibilidad de echarnos
atrás, de quedarnos indiferentes, de ser unos cristianos
"domesticados" como ciertos animales que sólo sirven para
adornar el hogar, pero que ya no son agresivos porque están domados.
También la conciencia se puede domesticar y recortar a una medida
cómoda. Una conciencia para andar por casa, es una conciencia mansa, que
nos presenta los grandes principios morales suavizados, que nos ahorra
sobresaltos, remordimientos y angustias. Ante las faltas, sabe encontrar
justificantes y lenitivos: ‘estás muy cansado’, ‘todos lo hacen’,
‘obraste con recta intención, lo hiciste por un fin bueno’, ‘es de
sentido común’.
3. El Espíritu Santo no deja de venir a nosotros constantemente
Experimentamos muchas venidas del Espíritu Santo durante nuestra vida.
Las más fuertes son cuando recibimos los sacramentos. Por medio de cada
sacramento el "artífice de nuestra santificación", el
Espíritu Santo, va acabando su gran obra en nosotros, nuestra
transformación en Cristo.
Además de estas venidas sacramentales del Espíritu Santo, hay otras que
son menos espectaculares, pero no por eso pierden importancia: su
influencia sobre nuestra conciencia moral.
Para el alma en estado de gracia, la voz de la conciencia viene a ser la
voz del Espíritu Santo, que ante ella se hace portador del querer del
Padre celestial.
Nuestra vida debería ser un constante diálogo con el Espíritu Santo. Es
imposible vivir la vida cristiana, cumplir con el principio y
fundamento... sin esta colaboración con el divino Huésped del alma, el
Espíritu Santo.
Unas preguntas
1. ¿Podemos decir que somos hombres "espirituales", es decir,
que somos dóciles al Espíritu Santo?
2. ¿Pedimos mucho al Espíritu Santo para que nos inspire lo que debemos
hacer, y para que nos dé la fuerza de cumplirlo?
3. ¿Platicamos con frecuencia con el Espíritu Santo?