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La tentación de los panes

La tentación de los panes

La primera tentación de Cristo, tal cómo nos la narra el Evangelio es la
tentación de los panes. Cristo ha ido a hacer ayuno, un ayuno que realmente le
prepare para su misión. Cristo ha ido a ejercitarse, por así decir, al desierto,
y el demonio le llega con la tentación de los panes, que no era otra cosa sino
decirle: déjate de cosas raras, se más realista, baja un poquito a la vida
cotidiana. Es decir, materialízate, no seas tan espiritual. Es una tentación,
que nosotros podemos tener en nuestra vida cuando llegamos a perder toda
dimensión sobrenatural de nuestro ser cristianos. Es la tentación del querer
hacer las cosas sin preocuparme si le interesan o no a Dios. Tengo un problema,
y me digo: lo arreglo porque lo arreglo, y a veces olvidamos de la dimensión
sobrenatural que tienen las dificultades.

Cristo ayuna y siente hambre como nos dice el Evangelio, y Cristo tiene que
transformar el hambre en una palanca espiritual, en un momento de crecimiento
interior. Ahí Cristo es tentado para decirle: No busques eso, no hace falta ese
tipo de cosas, mejor dedícate a comer, mejor dedícate a trabajar. Es la
tentación de querer arreglar yo todos los problemas.

Hay situaciones en las que no queda otro remedio sino ofrecer al Señor la propia
impotencia por el sacrificio personal; hay situaciones en las que no hay otra
salida más que la de decir: aquí está la impotencia, podríamos decir la
impotencia santificadora. Cuando en nuestro trabajo personal sentimos una lucha
tremenda en el alma, un desgarrón interior por tratar de vivir con autenticidad
la vida cristiana, en esos momentos en los que a veces el alma no puede hacer
otra cosa sino simplemente sufrir y yo me quiero sacudir eso, y no acepto esa
impotencia y no la quiero ver, y no quiero tener ese“sintió hambre” en la propia
vida, es donde aparece la necesidad de acordarse de que Cristo dijo: No sólo de
pan, no sólo de los éxitos, no sólo de los triunfos, no sólo de consuelos, no
sólo de ayudas vive el hombre, sobre todo vive de la Palabra que sale de la boca
de Dios.

Tenemos que aprender como lección básica de la vida a iluminar todas nuestras
dificultades con la Palabra de Dios, sobre todo aquellas que no podemos
resolver, porque a veces podríamos olvidar que Dios Nuestro Señor va a permitir
muchas dificultades, muchas piedras en la vida precisamente para que recordemos
que la Palabra de Dios es la fuente de nuestra vida espiritual. No los consuelos
humanos, no los éxitos de los hombres. A veces Dios nos habla en la oscuridad, a
veces en la luz, pero lo importante es la vida del Espíritu Santo en mi alma. En
ocasiones puede venir la tentación de querer suplir con mi actividad la eficacia
de la fe en Dios, y podríamos pensar que lo que hacemos es lo que Dios quiere,
cuando en realidad lo que Dios quiere es que en esos momentos esta situación no
vaya por donde tu estás pensando que debe de ir, Yo me pregunto: una dificultad,
un problema ¿lo transformamos a base de fe en un reto que verdaderamente se
convierta en eficacia para el reino de Cristo? No pretendamos arreglar los
problemas por nosotros mismos, preguntemos a Dios. ¿Sé yo vencer con la Palabra
de Dios? ¿O caigo en la tentación?

Después, dice el Evangelio, lo llevó a un monte alto donde se veía todos los
reinos de la tierra. Cristo es tentado por segunda vez para que su misión se vea
reconocida por los hombres para que obtenga un éxito humano y todos vean su
poder. Sin embargo el poder que les es ofrecido no es el que tiene Dios sobre la
Creación, sino es el poder que viene de haber vendido la propia conciencia y la
propia vida al enemigo de Dios. “Todo esto lo tendrás si postrándote me adoras”,
no es el poder que nace de haber conquistado el reino de Cristo, es el poder que
nace de haberse vendido. A veces este poder se puede meter sutilmente en el alma
cuando pierdes tu conciencia en aras de un supuesto éxito. Es el poder que viene
de haber puesto la propia vida en adoración a los que desvían de Dios el final
total de las cosas, el uso de las criaturas para la propia gloria y no para la
gloria de Dios. La tentación de querer usar las cosas para nuestra propia gloria
y no para la gloria de Dios es sumamente peligrosa, porque además de que nuestro
comportamiento puede ser incoherente son lo que Dios quiere para nosotros, lo
primero que te desaparece es el sentido crítico ante las situaciones. ¿Por qué?
Porque estas vendido a los criterios de la sensualidad, y quien está vendido no
critica.

Cuando nuestra conciencia se vende, cuando nuestra inteligencia y nuestra
voluntad se vende dejan de criticar y todo lo que les den les parece bueno. ¿A
quién me estoy vendiendo? Cada uno recibe su vida, sus amistades, sus personas,
su corazón, su conciencia. ¿Dónde me encuentro sin el suficiente sentido
crítico, para salir de una situación cuando contradices mi identidad cristiana?,
porque ahí me estoy vendiendo, ahí estoy postrándome a Satanás aunque sean cosas
pequeñas. ¿Dónde me he encadenado? ¿Hay en mi vida alguna tentación que no sólo
me despoja del necesario sentido crítico ante las situaciones para juzgarlas
sólo y nada más según Dios, sino que acaban sometiendo mis criterios a los
criterios del mundo y por lo tanto, acaba cuestionando los rasgos de mi
identidad cristiana?

Cuántas veces cuando vienen las crisis a la fe son por esta tentación; cuando
nos vienen los problemas de que si estaré bien donde estoy o estaría mejor en
otra parte, es por venderse a una situación más cómoda, aun lugar que no te
exija tanto, un lugar donde puedas adorarte a ti mismo. Es triste cuando uno lo
descubre en su propia alma y es triste cuando uno lo descubre en el alma de los
demás.

Muchas veces es imposible penetrar en el alma porque ha perdido toda brújula, ha
perdido todo el sentido crítico, ha perdido la capacidad de romper con el
dinamismo del egoísmo, de la soberbia, de la sensualidad. Cuántos cambios
podríamos tener de los que pensamos que ya no tenemos vuelta.

Por último, el demonio lleva a Cristo. La tentación del templo es en la que
Cristo desenmascara con la autenticidad de su vida, con la rectitud de
intención, con la claridad de su conciencia la argucia del tentador. Esta
tentación tiene un particular peligro. Los comentaristas que han siempre
enfrentado esta tentación piensan: qué gracia tendría el de tirarse del pináculo
del templo y que los ángeles te agarrasen. La idea central de esto es una
exhibición milagrosa. Un señor se sube a la punta del templo y lo están viendo
abajo, se tira y de pronto unos ángeles le cogen y lo depositaren el suelo. Todo
mundo daría gloria a Dios, todos se convertirían inmediatamente. Es la tentación
que tiene un particular delito porque ofrece la conciliación entre las pasiones
humanas de mi yo con el servicio a Dios, con la gloria que se debe al Creador.

Esta tentación que podríamos llamar de orgullo militantes es quizá la más sutil
de todas. Es también la tentación que Cristo desenmascara en los fariseos cuando
les dice: “les gusta ser vistos y admirados de la gente y que la gente les llame
maestros... cuando oren no lo hagan como los hipócritas que oran en medio de las
plazas para ser vistos por la gente, cuando oren enciérrate que tu Padre que ve
en lo secreto te recompensará”. Con qué perspicacia Nuestro Señor conocía el
corazón humano que se puede enredar perfectamente, incluso en medio de la vida
de oración, con el propio orgullo y egoísmo. Revisemos bien nuestra conciencia
para ver si esta tentación no se ha metido en nuestras vidas.

Recordemos que nuestra vida sólo tendrá un auténtico sentido cristiano en la
medida en que aceptemos a Cristo vencedor de la tentación del pan, de los reinos
y del templo.