Esta semana leí un desplegado, firmado por muchas organizaciones de todo el país, protestando contra un texto elaborado por la Secretaría de Educación Pública en materia de educación sexual. Bravo señores, ya era hora de que despertaran. ¡Pero cuidado! Están ante un reto. No basta levantar la voz para decir: "No queremos ese tipo de orientación para nuestros hijos". Ahora tienen el compromiso de proponer otros textos que sustituyan, mejorando, al que rechazan.
La Secretaría de Educación Pública no tiene hijos, y los responsables de la educación de los menores son, y seguirán siendo, sus padres. El Estado tiene sólo un papel subsidiario y limitado. Además, muchos sabemos que estas tendencias educativas vienen de aquellos órganos de la ONU de los cuales se han apoderado el feminismo liberal a través de unos grupos, que curiosamente, han estado "representando" a nuestro país en las Conferencias Internacionales de la Mujer" en los últimos años y cuyos miembros viven del presupuesto público.
La falta de entendimiento y de diálogo entre padres e hijos; la ausencia de autoridad moral y de un proyecto de vida bien estructurado; las actitudes intransigentes de adultos y menores; la violencia intrafamiliar; el incremento en el consumo de alcohol, tabaco y drogas; el acceso indiscriminado a pornografía dentro del hogar; el número de embarazos en adolescentes y de las enfermedades de transmisión sexual; la absoluta desinformación, desconocimiento, conocimiento falso o erróneo que manejan los adolescentes respecto de sus propios cuerpos, sus derechos, sus obligaciones y responsabilidades, son manifestaciones claras de que estamos fallando como educadores.
Además, muchos menores no reciben en sus hogares ninguna información en esta materia, precisamente por eso, suelen enterarse a través de los medios de comunicación, de otros jóvenes y adultos no siempre bien intencionados. Por otra parte, en muchas ocasiones se advierte que no todos los niños ni todos los jóvenes tienen una familia respaldándolos, informándolos, cuidándolos o ayudándolos a crecer sanamente. Los conflictos sociales, económicos, laborales, han favorecido enormemente la disolución o ruptura de los vínculos familiares.
Particularmente es necesario advertir que esta educación debe dirigirse no sólo a alertar o proteger a las posibles víctimas y agresores, sino principalmente a educar, a sensibilizar y a modificar los comportamientos violentos y agresivos hasta conseguir formar futuros padres y madres de familias positivas y sanas en las que estará presente la sexualidad de forma necesaria, pero al modo humano, es decir, como producto de decisiones ponderadas, libres y motivadas por un maduro amor de compromiso.
El silencio es la peor de las actitudes frente a problemas como los enunciados. Por ello es necesario dejar de lado los antiguos estereotipos y líneas divisorias entre la familia y la escuela y convocar a la construcción de espacios integradores, donde los pedagogos se pongan de acuerdo con quienes verdaderamente aman a sus hijos y a su país.