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La prudencia

 

“No se pongan en el tocadero”

Salíamos rumbo a la escuela faltando algunos minutos para las 8 a.m., todavía no llegábamos a la esquina cuando mi mamá nos llamaba y teníamos qué regresar para ver qué quería. “Cuidado con los carros, no los vayan a atropellar”, nos decía. “¡Ay, mamá, ya nos tocaría!” le contestábamos molestos por la recomendación de cada día. “Sí, pero no se pongan en el tocadero”, era la última palabra llena de autoridad. Esa era una lección de prudencia que todavía resuena en nuestros oídos: “No se pongan en el tocadero”.

El angelito y el diablito

En las caricaturas se suele pintar a un angelito y a un diablito que aconsejan sobre las ventajas de actuar bien o mal. La prudencia es hacerle caso al angelito y mandar a volar al diablito.

Es la capacidad de elegir el mejor camino y emprenderlo, haciendo a un lado aquellos que implican un mal o un daño.

Es el pensar, antes de emprender una acción, con qué medios contamos para realizarla del mejor modo para que tenga éxito.

La prudencia acompaña al hombre sabio y lo hace sentirse satisfecho de los frutos de sus decisiones y de sus actos.

“Los golpes quitan lo… tonto”

La prudencia madura con la experiencia. Cuando somos capaces de aprender de nuestros fracasos nos volvemos prudentes, aunque dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

Hay una prudencia natural que notamos ya desde el momento en que el niño comienza a aprender a caminar. Si tiene una experiencia dolorosa, tardará mucho en volver a intentar la aventura de dar los primeros pasos.

Gracias a Dios, junto a un niño ¡o un joven! que todavía no han tenido experiencia y que, por lo tanto, todavía su prudencia es inmadura, suele haber siempre un adulto que enseña basado en su propia experiencia.

La prudencia se aprende. Es la familia esa escuela en la que se enseña a valorar la vida y a aprovechar las oportunidades buenas que nos presenta.

Los niños de alfombra

El miedo a la vida nos hace encerrarnos en nuestra casa y dejar de aprovechar las experiencias necesarias para nuestro sano desarrollo. ¡Pobres niños de alfombra que no tienen la oportunidad de jugar con otros niños! Es muy cierto que los niños peligran y que los papás deben apartarlos del mal, pero no pueden apartarlos de ser niños ni de tener esas aventuras que forman su carácter.

No es bueno descuidar a los hijos y dejarlos a la buena de Dios, sí es conveniente que los papás vigilen las actividades de sus hijos y propicien el encuentro con otros niños. Quizás por eso esté de moda llevar a los niños a tantas y tantas clases y cursos que además de enseñar, le dan a los niños un lugar sano de encuentro.

Qué es y qué no es prudente será una ocasión muy frecuente de discusión y hasta de pleito en las familias. Los hijos deben considerar que las decisiones de los padres obedecen a su deseo de evitarles un daño y no al deseo de hacerles un mal.

Los padres de familia deben pensar seriamente si su prudencia no es excesiva y en realidad están privando a sus hijos de una oportunidad de crecimiento.

Juntos, dialogando, y con la ayuda de Dios, descubrirán lo que es prudente o no lo es.

Ser prudente es:

 Pensar antes de tomar una decisión trascendental.

 Obedecer las señales de tránsito.

 En la inseguridad actual, no hacer ostentación de nuestros bienes y evitar los lugares solitarios.

 No tomar si tenemos que manejar.

 Conocer y tratar las amistades de los hijos.

 “El hombre es fuego y la mejor estopa, llega el diablo y sopla”

 Informarnos lo mejor posible antes de tomar una decisión.

 Desconfiar de las “maravillosas oportunidades” que nos ofrecen fáciles ganancias.