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La paz

La paz sea contigo

“Fraternalmente, dense la paz”, dice el sacerdote o el diácono en la santa Misa y, entonces, aunque las normas litúrgicas nos digan que solamente debemos dar la paz al que está a nuestro lado, todos los fieles entran en el frenesí de desear la paz a conocidos y a desconocidos. ¡Nos encanta dar la paz!

Este deseo, expresado en la liturgia, tiene su origen en el saludo mismo de Jesús y en su mandato de que sus discípulos saludáramos así. Para el pueblo de Jesús la paz era un don precioso que Dios les daba y que ellos necesitaban mucho, pues eran acosados por sus enemigos. Anhelaban la paz ¡y nosotros también!

Bienaventurados los que construyen la paz (Mt 5, 9)

Un país vive en paz no cuando tiene un gran ejército que infunde temor o una policía que reprime por la fuerza cualquier brote de violencia, sino cuando en él se trabaja por dar a cada persona el goce de sus derechos humanos. Si no se tiene acceso a mejores condiciones de vida, por más que haya represión, habrá manifestaciones violentas de inconformidad. Pero no siempre esa inconformidad se canaliza por los movimientos de tipo político, sino que también se manifiesta por la inseguridad y la corrupción. Si a una persona se le priva de su derecho a vivir con dignidad, se le orilla a delinquir.

Constructores de la paz son quienes hacen leyes más justas y quienes las cumplen. Quienes buscan el bienestar del empleado más que aumentar el capital a como dé lugar. Quienes viven su profesión como un servicio y no como un medio de obtener ganancias. Quienes dan su tiempo y quienes saben aliviar los efectos de la desigualdad. ¡Bienaventurados sean!

¡Guerra!

¿Cómo se pierde la paz? Una sociedad está en guerra cuando los intereses de unos cuantos prevalecen sobre el bien común. También hay guerras por el orgullo y por el odio. Muchas de las guerras han tenido como origen la religión y, entonces, nos matamos entre hermanos ¡en el nombre de Dios!

En el corazón del hombre la pérdida de la paz se da por una pena que no se ha sabido enfrentar y resolver, por el rencor, por el odio, por el deseo de venganza, por la angustia que ocasiona el no haber cumplido con nuestro deber, por los remordimientos de conciencia.

Mi paz les doy (Jn 14, 27)

La paz es algo más que la tranquilidad en el orden. Se puede vivir en un ambiente de guerra y, sin embargo, tener paz.

La paz nace de una actitud interior, la paz se inicia en el corazón de cada persona y es consecuencia de sus buenas acciones.

Se recobra la paz cuando hay disponibilidad de escuchar y de aceptar las razones de aquel que hoy es nuestro enemigo. La paz sin la misericordia del más fuerte es esa famosa paz de los sepulcros; una paz que se finca sobre la tumba del enemigo muerto.

La paz interior se recobra con la reparación de la injusticia cometida, con la tolerancia, la comprensión y el clemente perdón.

Los católicos tenemos también el recurso de acudir a Dios y pedirle la paz que es un fruto de los dones del Espíritu Santo.

A través de la meditación y del diálogo con Dios se llega a la reconciliación con Él, con uno mismo y con las personas que nos rodean. La oración dispone el corazón a recibir como don gratuito ese orden interior al que llamamos paz.

La oración nos dispone a perdonar a los demás y a perdonarnos a nosotros mismos.

Educación para la paz

Estamos acostumbrados a dividir el mundo en buenos y malos. Tomamos partido por los buenos y deseamos que los malos sean derrotados. Pero aquellos a quienes hemos etiquetado como malos también son personas y, en plan cristiano, también son hermanos nuestros, hijos de Dios. Por eso Jesús nos pide que hagamos oración por nuestros enemigos y que devolvamos bien por mal. (Mt 5, 44).

Debemos tener cuidado de que nuestra exigencia de justicia no se convierta en una venganza que manifieste nuestro odio a aquellos que nos hacen el mal.

Tratar a nuestros enemigos como a personas nos ayudará a comprender que son muy semejantes a nosotros y que no es mucho lo que nos separa.

Nos educamos para la paz en la medida en que conocemos y aceptamos los valores de los demás.

“Si vis pacem, para bellum”, si quieres la paz, prepara la guerra, decían los romanos, enamorados de la guerra. Nosotros tenemos que decir: “Si quieres la paz, convive con tus hermanos, porque no se puede hacer la guerra a quien se ama” La paz se funda en el amor.

Si vences a tu enemigo, siempre será tu enemigo; si lo convences, será tu amigo.