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La obediencia

El juicio de Nuremberg

Cuando terminó la II Guerra Mundial, la ONU estableció en 1946 un tribunal, en la ciudad alemana de Nuremberg, para juzgar los crímenes de guerra de los dirigentes nazis que no lograron escapar para ocultarse en otros países. ¿De qué los acusaban? ¡De genocidio!

Durante todo el tiempo que duró en el poder, el nacionalsocialismo atentó contra la vida humana: asesinó a los disminuidos mentales, a los inválidos, a los homosexuales y a los criminales. Después, con el pretexto de que sólo la raza aria podía subsistir, desató una persecución implacable no sólo contra el pueblo judío, los gitanos, los católicos y, en general, contra quienes no pertenecieran a su raza. Y no sólo fue el asesinato y el confinamiento en los campos de concentración, sino la crueldad con la que trataban a sus prisioneros, con quienes incluso realizaban experimentos seudo científicos que siguen causando horror cuando se conocen.

Cada criminal juzgado alegaba, como justificante, que siendo militar, ¡sólo había obedecido las órdenes de sus superiores!

¿Qué es la obediencia?

Obedecer significa hacer la voluntad del que manda. Es un valor fundamental no sólo de la familia, célula base de la sociedad, sino de la sociedad misma que se vale de leyes para conseguir la convivencia armónica de sus miembros. En algunos grupos se exige una estricta obediencia para conseguir con mayor efectividad sus fines; por ejemplo, en el ejército o en las instituciones de servicio que se organizan con su mismo esquema de mando: policía, bomberos, grupos de rescate y demás.

Las empresas humanas tienen también un escalafón de autoridad al que se someten los subalternos.

En el plano religioso, las congregaciones, que tienen como carisma la vida fraterna, se comprometen, con voto, a obedecer al superior en cuya voluntad quieren descubrir la voluntad de Dios.

La Iglesia Católica se funda también en la obediencia a Cristo y a su Vicario en la tierra: el Papa, quien con los obispos dirige la Iglesia. Vicario significa el que hace las veces de. Por eso, cuando los católicos obedecemos, sabemos que es a Cristo a quien obedecemos.

El que obedece no se equivoca

Es difícil mandar con rectitud. Tan fácil que es confundir la voluntad que responde a nuestros intereses con la voluntad del pueblo que nos elige o la del mismo Dios a quien representamos. Cuando la autoridad gobierna a su capricho, se convierte en un dictador y la única forma de hacerse obedecer es por la violencia y el terror. Cuando el que manda lesiona el derecho, cesa la obligación de obedecer.

Dicen que el que obedece no se equivoca, pero no es tan fácil. El que obedece conserva su libertad y su capacidad de juzgar. Si obedece una ley injusta, él mismo es injusto sin ninguna excusa. Y esto vale también para los sometidos a obediencia militar.

El principio es: debemos obedecer primero a nuestra conciencia. Y un principio más alto todavía es: debemos obedecer antes a Dios que a los hombres.

El que manda

En ese libro inmortal de Antoine de Saint Exuspery, El Principito, se nos narra un episodio en el que el pequeño príncipe llega a un planeta en el que gobierna un sabio rey que presume que todos lo obedecen. El Principito le pide que le mande al sol que se ponga, porque a él le encantan los crepúsculos. Entonces el rey ordena al sol que se ponga ¡a las 7.40 p.m.! El Principito protesta y le dice al rey que así no tiene ninguna gracia ya que es la hora en que el sol se pone. El rey contesta que la autoridad sólo debe mandar lo que los súbditos pueden obedecer.

El que obedece

Obedecer nace del convencimiento de que el que manda lo hace por nuestro bien o por el bien común. Entonces la obediencia es completa porque lo haremos inmediatamente y tal como nos lo mandaron. Cuando obedecemos así, nuestra libertad queda intacta, no es lesionada.

En cambio, cuando obedecemos por miedo perdemos nuestra libertad y caemos en el sometimiento, en la servidumbre y en la esclavitud.

Por eso se insiste en que los papás deben educar a sus hijos más en el buen uso de la libertad que en la obediencia ciega. Esto no quiere decir que no debamos obedecer cuando no estemos de acuerdo, porque entonces la familia caería en el caos. Pero sí tenemos derecho a pedir explicaciones que hagan razonable lo que se nos manda.

Cristo, modelo de obediencia

“... (Cristo) y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz” (Flp 2, 8)

“En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos.”. (Rom 5, 19)