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La mujer barbuda


Claro está, los “vaticanistas” no tardaron en aclarar que los Cardenales decidieron elegir a un Papa “de transición”, es decir, a alguien quien haga de puente entre la línea tradicional de Juan Pablo II y..., y..., ¿... y? (aquí es donde no me queda claro cuál será la supuesta fórmula que vendrá después; es decir a la muerte imprecisa y ¿cercana? de Benedicto XVI). Por mi parte les pediría a nuestros certeros adivinos que sean más explícitos para poder afrontar lo que supuestamente han planeado los miembros del Colegio Cardenalicio en cuanto al futuro de la Iglesia. Ay señores míos. ¡Como si los 264 Papas anteriores no hayan sido Papas de transición! De los enterados “vaticanistas”: Líbranos Señor.

De la misma manera, en esta semana han seguido apareciendo estudios, encuestas y reportajes de quienes desean cambios en la doctrina católica en temas de implicación moral. “Si la Iglesia no cambia -le oí decir a un supuesto editorialista- se meterá en problemas”. ¿Más? Bastante tiene ya con tratar de salvar a tanta gente, sobre todo cuando es evidente el poco interés por parte de muchos en dejarse ayudar para alcanzar la vida eterna. ¡Cambios! ¡Ansían cambios! ¡Muchos cambios! Una moral flexible y poco exigente. ¡Sí señor! Algo que vaya por la línea indefinida del mundo moderno; una Ética relajada; una fe sin dogmas; una vida ritual sin esquemas; un cristianismo ambiguo y un ordenamiento sin leyes. Sólo antojos, modas, sentimentalismos, tolerancia con mucha luz y sonido: ¡Pasen, pasen y vean a la mujer barbuda! 

Allá por 1970, mientras estudiaba en la universidad, tuve la suerte de convivir en la Residencia Universitaria Panamericana con un estudiante de Leyes; listo, decidido, muy fuerte -mucho en verdad- de carácter irascible; muy seguro de sí mismo y un poco vanidoso. Pues bien, uno de tantos días se subió a un camión que tenía todos los asientos ocupados y viajó de pie en el pasillo como cualquier mortal. Bueno, de pie hasta que el chofer frenó bruscamente, pues cuando mi amigo se sujetó del tubo que tenía cerca, para su sorpresa y la de todos los pasajeros, se fue al suelo con el tubo en la mano. Del asombro pasó a la vergüenza cuando el hombre que estaba junto a él -un plomero- le dijo: “perdone joven... ¿no me da mi tubo?”. Explicación: se había de agarrado de un tuvo equivocado; del que no estaba sujeto a la estructura del autobús. 

A veces pienso en la humanidad como esa pobre gente que se ponen en manos de los famosos “polleros” y se dejan meter en la caja vacía de un trailer sin ventanas, sin asientos, sin tubos fijos, viajando como “dados en cubilete” y todo con la falsa promesa de llegar a un país donde podrán hacerse ricos... auque quizás, durante el viaje, se sientan libres por no estar sujetos a una estructura rígida; pero tristemente, con frecuencia, cuando se abren las puertas de esos camiones, lo único que se encuentran son los cadáveres...: de quienes murieron por asfixia... y a oscuras. Nuestros líderes políticos y nuestros astros de cine y televisión suelen prometer la solución de todos los problemas en base a unos esquemas tan superficiales como atractivos por cómodos y baratos.

Entre las maravillas que posee la Iglesia Católica está la inmutabilidad de esas verdades que ha recibido por revelación del mismo Dios en temas de fe y moral. Verdades que no cambian con el paso del tiempo, ni de las culturas, ni de los hombres. ¿Qué sería de esta Iglesia si cada Papa incluyera o suprimiera nuevos pecados? Siguiendo esa curiosa “lógica moderna” me atrevería a sugerir que para terminar con los graves problemas que producen los derrames de petróleo, el jefe del ejecutivo podría emanar un decreto presidencial declarando que, a partir de esa fecha, dichos derrames dejarán de ser considerados como antiecológicos y asunto arreglado. Excelente idea ¿No?

Por su capacidad intelectual y por su trabajo durante los últimos veinte años haciendo cabeza en la Congregación para la Doctrina de la Fe, pienso que poca gente puede estar tan enterada como Benedicto XVI sobre la situación ideológica en el momento actual y a pesar de que, en múltiples ocasiones, se ha referido al desgaste que ha sufrido la humanidad y la Iglesia en los últimos siglos, comienza su pontificado con la siguiente afirmación: “Frente a mí está, en particular, el testimonio de Juan Pablo II. Él deja una Iglesia más valiente, más libre, más joven. Una Iglesia que, según su enseñanza y su ejemplo, mira con serenidad al pasado y no tiene miedo del futuro”. Yo añadiría: Así sea.