La verdadera felicidad no consiste en la tensión absoluta, ni en la estabilidad absoluta, sino el armonía entre ambas cosas’.
Hemos sido habituados a la idea de que sólo en las sensaciones -en Brasil diríamos en la “torcida”- se encuentra la felicidad. La palabra “torcida” es tomada aquí como sinónimo de agitación, de frenesí. ‘Cuando no se tiene esto en la vida, la persona se juzga infeliz. De hecho, es un infeliz, pero por otra razón: por haber perdido la noción de la verdadera felicidad’.
Sin “torcida”, el relacionamiento entre las personas se ennoblece. La vida no puede ser una competencia de egoístas, que saltan y pisan unos sobre los otros, en una batalla dantesca, fingiendo reír y encontrar un placer enorme en la existencia, pero dilacerándose mutuamente y sintiendo que la vida no tiene sentido.
La “torcida” es causada frecuentemente por una tendencia viciosa para la autosuficiencia. ‘Creo que entre autosuficiencia, orfandad y neurosis hay una relación muy próxima. Muchas veces me he preguntado si yo sería una persona tranquila, como soy, si no hubiese tenido el afecto de mi madre’. Puedo decir de ella que fue ‘la dignidad sin fortuna, la dulzura sin cobardía, la intransigencia sin rigidez, la nobleza sin arrogancia’.
La “felicidad de situación”.
Este problema lleva a otro, muy relacionado: ¿puede haber felicidad sin placer?
La respuesta es positiva. El placer requiere sensaciones, y éstas no siempre traen la felicidad.
Aún el placer lícito puede constituir una celada, pues devora a quien se entrega a él fuera de una medida razonable. Santo Tomás de Aquino, examinando la relación entre felicidad y placer, cita a Boecio: “Quien decida mirar los excesos de su pasado percibirá que tales placeres tienen un triste fin“. (De Consolatione Philosophiae, apud Santo Tomás, Suma Teológica I-II,q. 2, a. 6, sed contra).
Por lo tanto, el placer es como la sal: debe ponerse en una dosis justa.
La Providencia Divina, que es materna y bondadosa, permite que la gran mayoría de los hombres tenga por lo menos una parte de felicidad en esta vida, aunque quiere que los hombres a quienes Ella ama más pasen por períodos en que la felicidad desaparece completamente.
Son los grandes períodos de la vida. Se hace noche y la felicidad desaparece. Incluso la consolación sobrenatural se eclipsa. Entonces entra en el túnel oscuro de una gran infelicidad. Pero los males críticos, muy agudos, generalmente no duran. Y así se va viviendo.
Otra vía diferente es la de la felicidad sin placer. Hay fases de la historia de ciertos pueblos, de ciertas civilizaciones, en que el placer es tan excepcional en la vida, la diversión tan poco frecuente, que es como si no existiesen. Son dos o tres fiestas por año, de cualquier naturaleza, y fuera de esto las personas no se divierten. ¿Puede ser feliz una persona en estas condiciones?
Si, con certeza, si comprende bien su situación y sabe encontrar en ella la felicidad que ésta puede concederle. Es lo que se puede llamar felicidad de situación.
Un ejemplo, el hacendado brasileño en el tiempo del Imperio.
Consideremos la vida del hacendado brasileño en el tiempo del Imperio. ¿Cómo vivía? ¿Cómo vivía su familia?
Él tenía la tendencia de aislarse en su propia hacienda, llevando allí una vida plácida, ya que entonces no existía el automóvil…
Habitualmente tenían dos o tres diversiones por año. Era la fiesta de la Novena del Patrono de la Parroquia en la ciudad próxima. Eran algunos días en los que el hacendado iba con toda su familia a la ciudad.
Fuera de eso, él era el patriarca, es decir, el hombre en función del cual se componía la vida de la hacienda. Era el líder natural. Si los inquilinos tenían un problema, él era quien los ayudaba a resolverlo.
En ese pequeño lugar, tenía uno de los gustos que la vida puede dar a un hombre: la felicidad de la honorificencia, de ser honrado, de recibir el respeto, la consideración que merece la función que ejerce.
El hacendado antiguo era un ejemplo de felicidad sin placer, pero felicidad verdadera, aunque hoy pueda parecer lo contrario