Pasar al contenido principal

La Eucaristía, luz y vida del nuevo milenio

LA EUCARISTÍA ACOMPAÑA NUESTRA PEREGRINACIÓN

32 Al inicio del tercer milenio, la Iglesia celebrará el 48° Congreso Eucarístico Internacional, con la confianza de la presencia siempre nueva del Señor. La Iglesia, pueblo peregrino, encuentra en la Eucaristía el alimento de vida que la sostiene en su caminar, pues sabe que va rumbo a la patria definitiva (cfr. Hb 11,13-16). La Iglesia "celebra el memorial del Señor resucitado, mientras espera el domingo sin ocaso en el que la humanidad entera entrará en tu descanso" (Prefacio Dominical X).

Sacrificio de la Nueva Alianza

33 La Eucaristía es un sacrificio: el sacrificio de la Redención y, al mismo tiempo, el sacrificio de la Nueva Alianza.6 En la Última Cena, Jesús instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos su sacrificio en la cruz y a entregar a su Iglesia el memorial de su muerte y resurrección (cfr. SC 47).

34 Jesús, en la Eucaristía, es la víctima que el Padre nos regala para ser inmolada; víctima que se entrega para purificarnos y reconciliarnos con Él. Esta entrega en sacrificio se encuentra prefigurada en el Antiguo Testamento, en el sacrificio de Abraham (cfr. Gn 22,1-14) que poéticamente se canta en la secuencia del Corpus Christi: "In figuris praesignatur, cum Isaac immolatur": "Se anuncia en figura en el sacrificio de Isaac" (Secuencia "Lauda Sion").

El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las mismas palabras de la institución: "cuerpo que se entrega" y "sangre que se derrama" (cfr. Lc 22,19-20; CEC 1365). El sacrificio de Cristo y el de la Eucaristía son un único sacrificio: la víctima es la misma, sólo difieren en el modo de ofrecerla (cfr. Trento DH 1743; CEC 1367). El sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su cuerpo, de manera que "la vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así, un valor nuevo" (CEC 1368).

35 Asimismo: "La Eucaristía es el memorial de la pascua de Cristo, la actualización de la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia, que es su cuerpo" (CEC 1362). Memorial que es proclamación de las maravillas que Dios ha realizado a favor de los hombres, y que hace presente la pascua de Cristo. El sacrificio que ofreció de una vez y para siempre en la cruz se actualiza por la celebración (cfr. Hb 7,25-27). Haciendo presente el pasado, el memorial nos lanza al futuro, en la esperanza del retorno del Señor: "Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas" (Aclamación 2 después de la consagración).

36 Desde sus orígenes, la Iglesia celebra la Eucaristía en obediencia al mandato del Señor: "Haced esto en memoria mía" (1Co 11,24-25). Así lo proclamamos en la parte central de la Plegaria Eucarística, inmediatamente después del relato de la Institución: "Así, pues, Padre, al celebrar el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo" (Plegaria Eucarística III).

Pan que transforma

37 La Sagrada Escritura presenta la Eucaristía también como alimento. Las figuras eucarísticas del Antiguo Testamento anuncian y ponen en relieve este aspecto. Una de estas figuras es el sacrificio de Melquisedec, quien ofreció al Dios Altísimo pan y vino (cfr. Gn 14,18). También el cordero pascual y los panes ázimos figuran la Eucaristía como alimento (cfr. Ex 12,1-28): antes de liberar al pueblo de la esclavitud se realiza este banquete en el cual el cordero es signo de la acción salvadora de Dios; además, el pueblo emprende el largo peregrinar que lo llevará a la tierra prometida. Es figura de la misma Eucaristía el banquete que celebró Moisés con los setenta ancianos, después del sacrificio con que se ratificó la alianza (cfr. Ex 24,11).

38 El sentido de banquete del peregrino que tiene la Eucaristía se encuentra también en la figura del Maná (cfr. Ex 16,1-35; Dt 8,3), alimento milagroso que Dios envió al pueblo hebreo y que durante cuarenta años lo sustentó en su travesía por el desierto, y al que se refirió expresamente Cristo al hablar del Pan de vida bajado del cielo, su cuerpo eucarístico (cfr. Jn 6,49-51.58).

39 Otra figura de la Eucaristía, en cuanto banquete que alimenta al peregrino, es el pan cocido bajo las cenizas que comió Elías: "Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb" (1Re 19,5-8).

40 La condición de la Eucaristía, como el alimento del peregrino, la recoge, de una manera poética, la secuencia de la solemnidad de Corpus Christi: "Ecce panis angelorum, factus cibus viatorum": "He aquí el pan de los ángeles, hecho alimento de los peregrinos" (Secuencia "Lauda, Sion"). El pan de la Eucaristía es fuerza de los débiles: "En efecto, cuando comemos su carne, inmolada por nosotros, quedamos fortalecidos" (Prefacio de la Eucaristía I); es consuelo de los enfermos, viático de los moribundos, en el cual Cristo "se hace comida y bebida espiritual, para alimentarnos en nuestro viaje hacia la pascua eterna" (Prefacio de la Eucaristía III); es el alimento sustancial que sostiene a tantos cristianos en el testimonio que han de dar, en los diversos ambientes, a favor de la verdad del Evangelio.

41 "El que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57), nos dice Jesús para urgir la necesidad que tiene el cristiano de alimentarse de Él, que es el pan bajado del cielo. La participación en este sagrado Banquete nos edifica como Cuerpo Místico de Cristo. Jesús Eucaristía es, pues, el centro de la vida de la Iglesia.

42 La Iglesia tiene en la Eucaristía el alimento que la sostiene y transforma interiormente. A este respecto, afirma san León Magno: "Nuestra participación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en aquello que comemos". Somos asimilados por Cristo, somos transformados en hombres nuevos, unidos íntimamente a Él, que es la cabeza del Cuerpo Místico.

43 La vida nueva que Cristo nos da en la Eucaristía se convierte para nosotros en "medicina de inmortalidad, antídoto contra la muerte y alimento para vivir siempre en Jesucristo".8 Los que vivimos de Cristo, que quiere que todos tengamos vida en abundancia, debemos proclamar el carácter sagrado de la vida humana, desde su concepción hasta su ocaso natural y contrarrestar las nocivas influencias de la cultura de la muerte.