La cenicienta de las virtudes es la esperanza. La fe fue la virtud sacada a la luz de la máxima atención histórica, en los siglos clásicos. Todo lo llena la lucha con la herejía. La caridad es casi -hablamos en términos humanísticos- la virtud de moda. Desde san Pablo, la caridad tiene muy buena prensa. ¿Cómo no la va a tener ahora que el problema máximo es la angustia social y la redistribución económica? Pero, ¿y la esperanza? Se habla menos de ella. Pero, ¿no será la virtud del momento? Perdida la fe, anulada la caridad, muchos hombres occidentales se encuentran desesperanzados. Se han encontrado con que tienen para sus preguntas básicas menos respuestas que tienen el hindú, el esquimal, el caníbal, que poseen, por lo menos, una vaga apelación mágica y trascendente a la que recurrir. Entonces la esperanza empieza a hacerse artículo de primera necesidad en el mundo. La esperanza se ha hecho urgente porque la Humanidad ha encontrado el modo técnico de destruirse a sí misma. Ahora viviremos, cada día, porque queremos. Nos concedemos propinas de vida. Siempre se encara la posibilidad de que un pueblo desesperado haga colectivamente lo que el anarquista del siglo pasado hacía individualmente: matar, muriendo; asesinar, suicidándose. Únicamente una esperanza salvará al mundo de esto.
Charles Moeller -en Literatura del siglo XX y cristianismo- ha dedicado su último tomo a la esperanza. ¿Hay algún resquicio por donde este mundo desesperado pueda reponer su esperanza? Moeller lo pregunta a los únicos dioses que quedan en pie: la economía y la técnica. Respuesta de la economía: el comunismo está cercando al mundo occidental -China, Oriente Medio, África- especulando sobre la miseria de esa Humanidad. El Occidente, asustado, empieza a invertir su dinero en una economía defensiva, de guerra. El cincuenta por ciento de esas inversiones bastaría para que, vertida sobre los países miserables -tradicionalmente explotados-, entraran en la órbita de Occidente. La economía responde: habría esperanza. La técnica responde que la máquina, que al principio pareció destinada a esclavizar al hombre, puede servir para su liberación. El maquinismo electrónico parece destinado a suplir lo duro y mecánico del hombre y hacer que éste pueda convertirse en «especialista de lo específicamente humano»: idea, cultura, arte. La misma técnica provee a este movimiento. En el microsurco -por ejemplo-, la música ha encontrado su imprenta. ¿Qué sabemos de la revolución espiritual que le está destinada? Cada vez más se vislumbra que el caos social en que nos debatimos puede cerrarse y nivelarse, no por abajo, en lo proletario, sino en lo más depuradamente humano. La técnica, pues, responde: habría esperanza.
Y ¿por qué digo habría y no hay? Porque el sí de la economía, como el de la técnica, están condicionados a una resolución íntegramente humana. La economía tiene que trocar su criterio deexplotación por el de redención de la miseria. La técnica tiene que ponerse al servicio de lo espiritual humano. En una palabra, una y otra tienen que cristianizarse. La esperanza humana que incitan no se consolidará sino yendo al encuentro de la fe y de la caridad. Por algo la esperanza puramente humana viene quebrando siempre. Se esperó en una fila de sucesivas mayúsculas optimistas: la Razón, la Ciencia, la Enseñanza, la Producción, la Técnica. Todas se marchitaron. Hasta psicológicamente, la pura esperanza humana lleva en sí la simiente de su propia muerte. Conseguir es dejar de esperar. Los poetas se han hartado de decir que rosa cogida es rosa seca. La esperanza sólo se mantendrá cuando en ella la dimensión de presente (conseguir) se conjugue con la dimensión de futuro (esperar). Es decir: la esperanza se consolida en Dios, para quien el tiempo no existe. La única esperanza que no desespera es la esperanza teologal.