Desde hace muchos Siglos en la Iglesia durante cuarenta días se hace penitencia para poder vivir, purificados, la Pascua. Muy pronto se relacionó este tiempo eminente de conversión con el sacramento de la reconciliación, costumbre que queda hasta nuestros días al pedimos la Iglesia que nos confesemos al menos una vez al año, por la cuaresma, o antes si hay peligro de muerte.
Los primeros cristianos comenzaron a recibir el miércoles de ceniza a los penitentes, es decir a los que se confesaban pecadores ante la comunidad. Ese día se les vestía un sayal de penitencia y se les sacaba de la comunidad para indicar que habían perdido la paz de Cristo. La comunión con la Iglesia. Esos mismos penitentes, reconciliados oportunamente, eran aceptados de nuevo a la comunión en la fiesta eucarística del jueves santo después de haber hecho penitencia pública durante cuarenta días. La Iglesia Gala, hacia el siglo V, añadió al sayal la ceniza impuesta con la fórmula que aún se acostumbra "acuérdate, hombre, que eres y al polvo regresarás". Era un recordatorio de la fragilidad humana y de su pequeñez, un acto voluntario de humillación. Muy pronto ya no fueron tan sólo los penitentes los que recibían estos signos sino toda la Iglesia que se reconocía pecadora y necesitada de la reconciliación con Dios.
La ceniza que recibimos el miércoles es un sacramental, es decir, una celebración litúrgica significativa, instituida por la Iglesia en alguna época de su historia para llevamos hacia la celebración de un sacramento, signo instituido por Cristo. La ceniza nos lleva al sacramento de la confesión.
La Iglesia nos ha propuesto tres modos de expresar nuestra penitencia: la oración, el ayuno y la limosna.
La oración supone nuestra participación constante en la bella liturgia de cuaresma con sus constantes invitaciones al cambio y a una vida mejor; pero debemos añadir nuestra oración familiar y personal. El Vía crucis se presta para meditar en esa pasión de Cristo que nos sacude sacándonos de la tibieza. Este es también el tiempo de los ejercicios espirituales que normalmente encontramos en cada una de nuestras parroquias y que nos llevan a centrar nuestra vida en Cristo. Este tiempo es el propicio para buscar la gracia de Dios, y el camino ordinario es la confesión. Hagamos una buena confesión para recobrar la paz de Cristo.
El ayuno se practica de acuerdo con el mandato de la Iglesia: el miércoles de ceniza y el viernes santo hay ayuno y abstinencia de carne, todos los viernes tan sólo abstinencia. Esto es lo mandado, pero lo importante es el sentido del ayuno que va muy relacionado con la justicia y con la caridad. Ese ayuno nos obliga a todos los días: saber compartir, no lo que nos sobre, sino aquello que apenas nos basta. Quitamos el pan de la boca para que otros con más hambre puedan comer. En muchas de nuestras Parroquias se acostumbra dar despensas en este tiempo de crisis, ¿por qué no ayudar con el fruto de nuestro ayuno?
Además del ayuno, la iglesia nos invita a la mortificación, a la disciplina personal. ¿Qué tal un ayuno de televisión, o un ponemos al corriente en esas obligaciones que hemos ido posponiendo, o el dejar de una vez por todas eso que nos daña? Somos demasiado consentidores con nosotros mismos.
La limosna significa compartir nuestros bienes con los que tienen más necesidad. Desde luego debemos dar de nuestros bienes económicos y debemos hacerlo con responsabilidad; pero también los otros bienes: nuestro tiempo, nuestros conocimientos, nuestras habilidades. Los primeros que están esperando una limosna de nuestro tiempo son nuestros hijos, nuestro cónyuge, nuestros viejos padres, con los que casi no convivimos. Vivir en serio la cuaresma nos prepara para vivir sinceramente nuestra Pascua.. Que tengas una Cuaresma fructífera y que el fruto sea tu conversión.