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La bolsa y el juicio universal

No es fácil dar un juicio sobre la bondad o la maldad de las decisiones de los hombres que gobiernan nuestro mundo. La mayoría de las veces nos faltan la información y el tiempo necesario para poder apreciar si esta subida de precios, si este nuevo impuesto, si este sistema de pensiones, servirán para hacer más justa la sociedad, o si son un error grave que pagaremos un poco todos los ciudadanos. Algunos piensan, sin embargo, que los cambios de la bolsa de valores, las subidas o bajadas de las acciones de Wall Street, de Londres o de Tokio, nos dan una pista para juzgar lo que han decidido los gobernantes de los pueblos. Si un presidente decide nacionalizar unas empresas y suben las acciones, tal vez estamos ante una buena elección política. Si otro presidente propone un plan de austeridad nacional y baja la bolsa, quizá la decisión ha sido errónea. De este modo, la bolsa se convierte en una especie de indicador externo al que muchos miran para juzgar lo que establecen los que mueven los hilos de la historia. En realidad, la bondad o la maldad de una decisión no se pueden medir por la bolsa. Ni tampoco por lo que digan la televisión, la prensa, los blogs de internet, las encuestas. Ni siquiera por lo que dirán, al cabo de varios años, los manuales de historia, muchos de los cuales serán escritos por los “vencedores”, o por ideólogos interesados en defender sus ideas y no en describir la realidad de la vida de los pueblos. Entonces, para juzgar sobre la bondad o la maldad de cada opción, a nivel personal, familiar, laboral, social, político (nacional o internacional), deberíamos limitarnos a comparar tal opción con los principios éticos. Principios que nos dicen que nunca un acto malo puede quedar justificado porque lo pide la mayoría, porque interesa a un grupo económico, porque resulta “fácil”, porque corresponde a la mentalidad de una época, porque parece que dará “buenos resultados”. Por eso encontrar juicios bien formulados sobre la bondad o la maldad de tantas decisiones resulta algo muy difícil en nuestro mundo moderno. Porque hay muchos intereses en juego, porque hay más engaños que transparencia, porque detrás de algunas declaraciones se esconden maniobras de poder que escapan al conocimiento del gran público. Sólo ante la mirada de Quien conoce los corazones, de Quien nos hizo y nos llamó a vivir en la verdad y la justicia, conoceremos qué había de bien en decisiones que fueron criticadas por muchos, y qué había de mal en otras decisiones que gozaron de aplausos inmerecidos. Las subidas o las bajadas de la bolsa no son la última palabra a la hora de juzgar si han sido buenas o malas las decisiones de nuestros políticos. Cuando lleguemos al tribunal de Dios, comprenderemos quién hizo el bien y quién hizo el mal. Será hermoso entonces descubrir que, a pesar de tanto mal y tanta corrupción, ha habido millones de seres humanos que han vivido honestamente. Aunque no pocas veces sufrieron en silencio la condena de los poderosos; aunque nadie les haya aplaudido en esta tierra; aunque sus vidas no aparezcan en los libros de historia; aunque sus existencias hayan quedado, aparentemente, sepultadas en tumbas viejas y solitarias. A los ojos de Dios, son hombres y mujeres que brillan mucho, porque amaron. Que es lo único que de verdad hemos de considerar a la hora de juzgar los grandes o pequeños acontecimientos de la historia humana.