Evocar al Papa Juan Pablo II nos permite reconocer su enorme compromiso a favor de la vida humana, su contribución decisiva en la elaboración de una bioética de inspiración cristiana.
En sus primeros años como obispo de Roma dejó una huella profunda en el pensamiento teológico con las 129 catequesis de los miércoles (los años 1979-1984) dedicadas a la teología del cuerpo, al amor humano y a la sexualidad. Frente a quienes promovían la trivialización de las relaciones entre el hombre y la mujer y el mal llamado “amor libre”, Juan Pablo II supo ofrecer un análisis humano y teológico capaz de realzar el sentido auténtico del matrimonio y la belleza de la apertura a la vida propia de la relación esponsal.
Rescatar el verdadero sentido del matrimonio y de la familia permitía, además, conquistar aquella perspectiva necesaria para defender la vida en todas sus etapas, precisamente porque cada ser humano existe desde Dios y desde las relaciones que vinculan a los seres humanos entre sí.
Por eso se explica que Juan Pablo II se comprometiese, en primera persona, en la lucha contra el aborto en todo el mundo. Una de sus primeras batallas fue precisamente en Italia, sobre todo durante el mes de mayo de 1981 (antes y después del atentado del 13 de mayo), al apoyar la campaña promovida por los grupos provida para derogar, a través de un referéndum popular, la ley abortista que había sido aprobada en ese país en 1978.
El triunfo de los defensores del aborto en ese referéndum no fue un freno, sino un estímulo para el Papa. Desde entonces, incrementó su esfuerzo para fomentar una cultura de la vida que arraigase hondamente en la sociedad. Por eso, no dejó de hablar a favor de los niños por nacer, sea en sus viajes internacionales, sea en sus encuentros con grupos provida, sea en las reuniones con los obispos de numerosos lugares del planeta.
Al mismo tiempo, afrontó los retos de las nuevas tecnologías de reproducción artificial y ofreció sobre los mismos un clarividente juicio ético, especialmente con la aprobación de una instrucción sobre el tema, preparada por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, que llevaba como título “Donum vitae” (22 de febrero de 1987). En este documento se declaraba al inmoralidad de cualquier técnica de fecundación extracorpórea y de otras técnicas (como la inseminación artificial) que no respetasen la dignidad de la procreación humana.
El documento “magno” en defensa de la vida en todas sus etapas y con una especial atención (aunque no exclusiva) hacia las obligaciones del quinto mandamiento fue la encíclica “Evangelium vitae” (25 de marzo de 1995). En la misma quedaron evidenciadas la gravedad y la injusticia de acciones como el aborto, el homicidio y la eutanasia, con un tono tan claro que no dejaba lugar a dudas o a vacilaciones.
La “Evangelium vitae” no puede ser leída como un conjunto de negativas, sino sobre todo como una llamada a una movilización general a favor de la vida, lo cual incluía también elaborar una correcta bioética.
Antes y después de la publicación de esa encíclica, Juan Pablo II ofreció ejemplos concretos de cómo actuar ante las amenazas contra la vida y la familia a través de sus intervenciones a nivel internacional, especialmente antes de la Conferencia de El Cairo (1994), y con motivo de la Conferencia Internacional sobre la mujer (Beijing 1995). En esas conferencias hubo grupos que promovían (algo que también ocurre en nuestros días) el aborto como camino para el control de la natalidad, y que intentaban imponer la ideología de género como camino para destruir la visión correcta sobre el amor humano y sobre la familia. Ante esos grupos la voz del Papa fue clara, acompañada incluso con el sufrimiento que Dios le permitió al romperse el fémur tras una caída:
“He comprendido que debo llevar a la Iglesia de Cristo hasta este tercer milenio con la oración, con diversas iniciativas, pero he visto que no basta: necesitaba llevarla con el sufrimiento, con el atentado de hace trece años y con este nuevo sacrificio... ¿Por qué ahora? ¿Por qué este año? ¿Por qué este Año de la familia? Precisamente porque se amenaza a la familia, porque se la ataca. El Papa debe ser atacado, el Papa debe sufrir, para que todas las familias y el mundo entero vean que hay un evangelio superior: el evangelio del sufrimiento” (29 de mayo de 1994).
Fue en este contexto cultural cuando Juan Pablo II escribió dos textos de gran belleza e importancia: la “Carta a las familias” (2 de febrero de 1994), y la “Carta a las mujeres” (29 de junio de 1995). Estos documentos, unidos a otro publicado años antes, la carta apostólica “Mulieris dignitatem” (15 de agosto de 1988), ofrecen una doctrina sumamente importante para superar ideologías que desconocen el sentido auténtico de la familia y el papel de la mujer en la sociedad contemporánea.
Para incidir más a fondo en las temáticas sanitarias y médicas, que tanta relevancia tienen en la vida concreta de millones de seres humanos, Juan Pablo II quiso instituir, en 1985, la Pontificia Comisión para la pastoral de los Agentes Sanitarios, que luego se convirtió, en 1988, en el Pontificio Consejo para la pastoral de los Agentes Sanitarios. Igualmente, un año antes de la publicación de la “Evangelium vitae” (es decir, en 1994), el Papa creó la Pontificia Academia para la Vida, que tantos servicios ha realizado y sigue realizando en la tarea de profundizar importantes temas bioéticos.
Junto a lo expuesto, que no es exhaustivo, podemos evocar una dimensión hermosa y testimonial: la experiencia que el mismo Juan Pablo II hizo de la fragilidad humana, desde sus heridas (el atentado), sus enfermedades, sus caídas (ya recordamos la de 1994), sus hospitalizaciones, y el progresivo avance de la invalidez en los últimos años de su vida. En parte esas experiencias explican y quedan iluminadas por una carta apostólica titulada “Salvifici doloris” (11 de febrero de 1984), en las que habla no como un simple espectador ni como un estudioso que observa el dolor ajeno, sino como alguien que ofrece su propia meditación, en primera persona, sobre lo que significa tocar la fragilidad humana.
Su sufrimiento se convirtió, así, en una forma muy concreta de apoyar la familia, la vida, la dignidad de los seres humanos, en un momento de la historia en la que tales valores eran fuertemente atacados. Quizá por eso su incapacidad y su progresivo decaimiento, unidos a su deseo por seguir junto a la Cruz de Cristo, se han convertido en un mensaje luminoso a favor de la vida. El Juan Pablo II que no podía hablar en público, que temblaba como creatura frágil y necesitada de ayuda, se convirtió en un icono viviente del valor de cada vida humana, en un trovador que gritaba al mundo que también los ancianos y los enfermos tienen una dignidad y un lugar en el camino del existir humano