Juan Pablo II, a quien tenemos como intercesor en el cielo, nos ha dejado con su recuerdo un magisterio confirmado con su vida, y el amor a la libertad es un aspecto importante del mismo: desde joven batalló por esta libertad, y como Papa la defendió donde fuera amenazada: desde los países del norte como su tierra natal, Polonia, hasta el cono sur, como el conflicto fronterizo entre Chile y Argentina. Esto le ha convertido en el líder espiritual de la historia de nuestro tiempo. “Juan Pablo II fue sobre todo un hombre libre, que no se ha dejado condicionar por nada, ni por el nazismo, ni por el comunismo, ni siquiera por las formalidades de la Iglesia”, decía Monseñor Gil Hellín, que durante 17 años colaboró con el Papa. Todos recordamos cómo dijo en cada momento lo que pensaba, tanto si gustaba como si no. En Nicaragua reprendió a un sacerdote que formaba parte del gobierno, diciéndole: "este no es tu sitio". Se opuso a las guerras -como la de Irak- de manera contundente. Con su humanidad profunda, supo entrar a fondo en la historia de nuestro tiempo, y defendió -con autoridad, pues no tenía nada que esconder- la libertad de las conciencias, desenmascarando las mentiras que arrastran a tantos y tantos. No se ha mezclado en cuestiones políticas, sino que ha ido mucho más al fondo, hasta encontrar en el corazón del hombre, en su dignidad, el fundamento auténtico de la libertad, como también del amor, y de la búsqueda por la verdad.
La libertad en Karol Wojtyla va unida al amor y la responsabilidad, y cuando no van de la mano estos tres aspectos se originan muchas esclavitudes. La auténtica libertad no es hacer lo que viene en gana, como un barco que va a la deriva con un timón sin rumbo llevado por los gustos. No es un movimiento espontáneo que luego pasa, algo efímero como el cartón repintado, sino una edificación sólida, una conquista en hacer el bien. No es una mentira camuflada, libertinaje barato, sino algo que se edifica de modo consistente. No es algo a gusto de todos, no es seguir la corriente, pues los únicos peces que hacen esto son los que están ya muertos. No es acomodarse al mundo, sino cambiarlo.
Hemos visto estos días que está naciendo como una ola, un movimiento de jóvenes que como los del 1968 hacen una revolución, pero no es un griterío ruidoso bajo símbolos del momento, sino como una canción que va cantando una multitud cada vez más numerosa, y canta la buena nueva de Jesús. No siguen a un cualquiera, ni a unas normas, sino a la figura siempre más influyente en la humanidad. Y Juan Pablo II ha sido enlace entre Jesús y nuestro tiempo, un “repetidor” de esa señal que constantemente se emite desde el cielo: como una antena ha trasmitido la seguridad de que es posible ser cristiano en tiempos modernos, y de que vale la pena vivir la fe. Es Jesús quien revela al hombre esta libertad auténtica, que va de la mano de la verdad y del amor, que no se impone por la violencia sino por la fuerza de la misma verdad.
La gran rebeldía de Juan Pablo II ha sido mantener siempre la verdad profunda del hombre, su sentido religioso. Dios es el Viviente, siempre se encuentra en la conciencia de los hombres. Jesús muestra el hombre al hombre, en la verdad de ser hijos de Dios. Y "la verdad os hará libres". Cuando esta verdad se ignora, el mal avanza, como una peste, y provoca la angustia del hombre absurdo, de un mundo sin sentido. Ante los miedos del mundo moderno, Juan Pablo II fue el Papa que derrotó al miedo, como se ha escrito en estos días. El miedo es la peor de las enfermedades: esclaviza y degrada hasta olvidar que el hombre es imagen de Dios y la vida es sagrada; impide el progreso auténtico, y aparecen entonces muchas formas despóticas de esclavitud... El mundo hoy está muerto de miedo. El miedo hace esclavos, somete a la ley, quien no es libre siempre teme el castigo, y por esto se someten los hombres a reglas sin saber el por qué; en cambio, el que se sabe hijo no tiene miedo porque está en su casa, siente el mundo como su hogar, y cumple la ley porque quiere. "El cristianismo no es antes que nada un conjunto de doctrinas o de reglas morales, sino que es el acontecimiento del encuentro con Cristo”. La principal manifestación de ser libre es no tener miedo, abrirse al amor que echa fuera el temor: “El Amor es más fuerte que el temor”. Juan Pablo II habló de este amor de Dios, y abrió las puertas de su magisterio con la exhortación: “¡No tengáis miedo!”; con este espíritu llevó la Iglesia al nuevo milenio -abierto bajo signos de violencia- en la virtud teologal de la esperanza, con aquel “duc in altum! –¡mar adentro!”. Sin miedo, porque Dios es bueno, porque en Cristo podemos encontrar el pleno sentido de la vida, la verdadera felicidad.