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Jóvenes... y sacerdotes

Jóvenes... y sacerdotes

¿Todavía hay jóvenes que deciden ser sacerdotes? La pregunta es legítima, porque sorprende encontrarse con jóvenes que deciden seguir la vocación sacerdotal.

La respuesta, gracias a Dios, es afirmativa: sí, todavía hay jóvenes que desean ser sacerdotes. Porque el hombre sigue siendo hombre, a pesar de tantos progresos y de tanta técnica. Porque hay pecados que perdonar, porque hay corazones hambrientos de esperanza, porque hay miserias materiales y espirituales, porque la vida humana no termina cuando se apagan nuestras neuronas.

Sí, hay jóvenes que desean ser sacerdotes. Sobre todo, porque Dios está enamorado del ser humano. Nos amó desde el inicio, en el magnífico momento de la creación. Mantuvo en pie su amor a pesar de la caída de los primeros padres. Lo ratificó con la llamada de un pueblo, Israel, que es fuente de bendición para todas las razas de la tierra. Lo confirmó para siempre con la llegada del Hijo, el Salvador, Jesús; un Jesús que es presencia del Amor en el mundo, que es anuncio de paz y de justicia, que invita a la conversión y enseña el Camino que lleva a la Vida y a la Verdad.

Para muchos, sin embargo, el joven sacerdote resulta un misterio. Quizá no llegan a ver que la vida tiene un horizonte que supera la frontera de la muerte. Quizá piensan que la medicina, la informática, la psicología, la sociología, la filosofía, son capaces de llenar todas y cada una de las necesidades del corazón humano. Quizá creen que la religión católica estaría llamada a desaparecer tras la conquista de la Luna, después de las teorías de Darwin, con los estudios sobre el genoma humana.

Cada joven sacerdote es misterio y provocación. Porque nos obliga a confrontarnos con verdades profundas, porque nos lleva a pensar en lo que exista tras la muerte, porque nos lanza la pregunta sobre Dios y su misterio de Amor hacia los hombres.

A la sorpresa que se esconde tras pregunta “¿todavía hay jóvenes que deciden ser sacerdotes?” necesitamos responder con la sorpresa de una pregunta respetuosa: “¿todavía hay hombres que no reconocen lo mucho que Dios les ama?”

Cada joven sacerdote nos trae el olor fresco de Galilea, de Judea, de Belén, del Cenáculo. Las bienaventuranzas, entonces, llegan a ser vida. La Cruz adquiere un valor personal, salvífico, profundo para las almas. La Tumba vacía nos grita, desde los labios y las manos de un nuevo sacerdote, que el Padre puso todo su Amor en el Hijo, que el Hijo nos dejó como regalo su Espíritu; que la vida, desde entonces, tiene un sentido.

Joven sacerdote, eres mucho más de lo que tú mismo sueñas. Porque es el mismo Dios quien sueña dar amores desde tus labios, desde tus manos, desde tu corazón enamorado. Aunque muchos se sorprendan, aunque algunos te rechacen, aunque haya quien te ignore. Serán muchos más los que, gracias a tu sí, que es un eco del Sí de Cristo, descubrirán un Amor inmenso y bello, encenderán una llama de esperanza en sus vidas hasta ahora tristes, empezarán a descubrir que toda ser humano tiene un precio infinito: el de la Sangre del Cordero, el del perdón que darás a manos llenas...