“Jesucristo se nos presenta en todo momento como el hombre de una sola pieza, que no necesita aparecer al exterior de diversa manera a como vive en su interior. No hay en la conciencia de su misión ningún contraste, ninguna lucha, ningún desgarrón. Por eso su postura es clara y tajante delante de Dios y de los hombres. Delante de Dios sabe que sólo cuenta la voluntad suprema de su Padre; con los hombres no llega a componendas, a compromisos, sino que, mártir de su propio testimonio, vive en la práctica aquel principio que luego nos inculcaría: `Sea vuestra palabra: sí, sí; no, no; todo lo que pasa de esto, del mal procede’”.
En aquel que dijo que era la “luz del mundo” no podía haber nada de tinieblas. Alguna persona ha dicho muy acertadamente que la personalidad de Cristo es como su túnica: hecha de una sola pieza. En Él no hay división entre lo que dice y lo que cree, entre lo que predica y lo que vive. Tiene, en este sentido, una personalidad monolítica, siempre igual a sí mismo.
Desde su niñez cuando dijo: “Tengo que estar en las cosas de mi Padre” hasta sus últimas palabras en la cruz: “Todo está cumplido”; “En Tus manos encomiendo mi espíritu”, Cristo se muestra igual de auténtico.
Tal vez uno de los problemas neurálgicos de los hombres hoy en día es la falta de autenticidad. Esto se nota muchas veces entre algunos jóvenes.
“Convenceos de Cristo. No lo reduzcáis, como tantos otros, a una ilusión pasajera que llenó los años de la juventud de vuestra vida `mientras venían otras cosas’... otras cosas que los dejaron sin Cristo y sin ellos mismos; creyéndose maduros cuando habían destrozado la conciencia y, sin freno, `liberados’, hacían lo que les venía en gana; creyéndose maduros cuando se habían mezclado con los que bajaban la fosa, sin rumbo, sin saber por qué, sin saber a dónde.”
Cristo nos enseña dónde está la verdadera autenticidad: en la fidelidad a los propios principios y convicciones. Se da el caso a veces que nace un niño sin suficiente médula en la espina. El resultado es que no tiene anticuerpos. Tiene que vivir dentro de una burbuja durante varios años, hasta tal vez los doce años, antes de poder tener contacto directo con el ambiente. Es entonces cuando experimenta la gran prueba: el ver si podrá resistir o no a los microbios que le atacan. Hay muchos jóvenes que parecen “perder su personalidad” cuando se ponen en contacto con ciertos ambientes. Dan la impresión de no tener “anticuerpos” espirituales para resistir la oleada de paganismo que azota nuestra sociedad. Hay sólo una solución para estos jóvenes: formar bien su personalidad, siendo auténticos y fieles a sus principios.
Parece ser que los cristianos están sintiendo dificultades de adaptación al mundo moderno. Vivimos en un mundo muy pluralista en ideas y costumbres. De por sí no debería ser un problema para los cristianos. Todo lo contrario, debería ser un reto para evangelizar este mundo que se aleja de Dios. En el primer milenio los cristianos tuvieron contacto, por necesidad, con los pueblos en migración. Entre ellos estaban los hunos, los ostrogodos, los visigodos, los vándalos... Por el contacto con los cristianos, estos pueblos iban acercándose a nuevos ideales y maneras de vivir. Al final del primer milenio, ya estaban convertidos al cristianismo. Los cristianos fueron capaces de llevarlos hacia su fe cristiana.
Hoy en día parece que el contacto entre cristianos y ambientes paganos no produce los mismos resultados. Son los cristianos quienes se dejan arrastrar por la arena movediza del paganismo. Son cada vez más los cristianos que profesan una fe, pero que viven como paganos.
Para resolver esta situación, tenemos que recurrir a Jesús de Nazaret. Él también tuvo que “adaptarse” a un mundo en el cual se profesaban valores muy distintos de los suyos. Su sistema fue ser auténtico, fiel a su propias convicciones. Por eso, arrastró a miles de personas detrás de Él. La novedad de Cristo fue en gran parte su autenticidad.
Es interesante notar que los primeros cristianos resumían su misión en ser “mártires” o “testigos” de Cristo. Así comenzó la grande cadena de testigos que llega hasta nuestros días. Todo creyente es un eslabón en esta cadena espiritual.