Es tarea de los católicos –y los cristianos en general- conseguir que Jesucristo no sea un extraño en la red. Todo bautizado tiene el deber y el derecho de anunciar el evangelio al hombre ahí donde se encuentra y debe esforzarse por hacerlo en un lenguaje que sea a la vez relevante y comprensible para el destinatario. Por ello la Iglesia nos anima a todos los fieles a no ausentarnos de los medios de comunicación, del ciberespacio, de la red, que es en gran medida donde actualmente se libra la batalla por el alma del mundo.
En este aspecto la Iglesia no es “reaccionaria” o reticente a todo progreso tecnológico; por el contrario, los mira con particular atención y descubre en las nuevas tecnologías una posibilidad también nueva de evangelizar. Ya hace 15 años, en 1996 me llamó poderosamente la atención conocer a un sacerdote alemán que hacía su tesis doctoral en teología precisamente sobre este argumento: la evangelización a través de internet. No es extraño en consecuencia que Benedicto XVI en los últimos tres mensajes para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales haya abordado el argumento.
Existen demasiadas cosas malas en ellos; es muy fácil “portarse mal” utilizándolos, apelando a su dimensión impersonal y anónima. Es cierto, pero ello solo implica que están, por decirlo de alguna forma, más necesitados de redención. Su utilización no debe ser ingenua, ni acrítica, no se trata de abalanzarse irreflexivamente sobre ellos. Como todo instrumento se trata de un medio, no un fin; un medio que exige ser utilizado con prudencia, dada su potencial peligrosidad; pero donde está el peligro ahí también está la salvación: esa peligrosidad también es potencialmente eficacísima. Una vez más es preciso hacer eco a esas sabias palabras inspiradas de San Pablo: “no te dejes vencer por el mal, vence al mal con el bien”.
No solo se requiere pericia técnica, se necesita también riqueza interior. De nada sirve tener los mejores medios de comunicación al alcance si lo que hay para comunicar es muy pobre. Por eso Cristo puede colmar ese gran vacío que en ocasiones aqueja a la red y a un buen número de sus usuarios. Simultáneamente custodiar esa riqueza interior para no perderla al tratar de comunicarla, o malbaratarla por realidades que no merecen la pena, requiere una esmerada disciplina, una auténtica ascesis que nos lleve a utilizar los medios en lugar de ser dominados por ellos.
El Papa confía particularmente a los jóvenes esta misión: “El anuncio de Cristo en el mundo de las nuevas tecnologías requiere conocer éstas en profundidad para usarlas después de manera adecuada. A vosotros, jóvenes, que casi espontáneamente os sentís en sintonía con estos nuevos medios de comunicación, os corresponde de manera particular la tarea de evangelizar este continente digital.” Una evangelización que no es geográfica, sino digital, pero por ello es universal. Es preciso educarse en la férrea disciplina, en la prudencia que nos permita utilizarla para tal fin.
La tarea es culturalmente formidable, y el reto antropológicamente relevante: mucho puede crecer el hombre y beneficiarse la sociedad de tal esfuerzo, en este sentido nos anima el Papa: “puede decirse que existe un estilo cristiano de presencia también en el mundo digital, caracterizado por una comunicación franca y abierta, responsable y respetuosa del otro. Comunicar el Evangelio a través de los nuevos medios significa no sólo poner contenidos abiertamente religiosos en las plataformas de los diversos medios, sino también dar testimonio coherente en el propio perfil digital y en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio, incluso cuando no se hable explícitamente de él. Asimismo, tampoco se puede anunciar un mensaje en el mundo digital sin el testimonio coherente de quien lo anuncia.”