Internet es un mundo abierto, lleno de potencialidades, en donde millones de personas vuelcan sus intereses y sus ideas, actúan y reaccionan, hablan y escuchan, ven y escriben.
En este mundo multifacético la Iglesia descubre un horizonte inmenso de posibilidades, unas sumamente valiosas, otras no carentes de peligros, algunas claramente dañinas.
Vamos a ver, con ayuda de documentos del Magisterio católico, algunos puntos positivos y otros negativos que pueden darse en el universo casi ilimitado de la Red global.
1. Aspectos positivos y posibilidades
Es importante subrayar desde el inicio que la Iglesia ve los medios de comunicación e Internet como medios valiosos para establecer relaciones y para poder transmitir la doctrina católica. Podría decirse que son un nuevo areópago, o, en una fórmula atrevida usada por Juan Pablo II, el “primer areópago” (cf. Juan Pablo II, Redemptoris missio, n. 37), en el que existen grandes oportunidades para la evangelización (cf. Pontificio Consejo para las comunicaciones sociales, Iglesia e Internet, n. 4).
Los creyentes que navegan y viven de modo habitual en Internet saben que en este amplio océano de informaciones hay estudios sobre la Biblia, bibliotecas digitales con buena información católica, textos y documentos de los Padres de la Iglesia, un gran número (por desgracia, no siempre en traducciones de calidad) de documentos eclesiales de todos los siglos, instrumentos de trabajo para la catequesis, material sobre liturgia y música sagrada, obras de espiritualidad de gran valor, trabajos sobre historia, noticias eclesiales de muchos lugares del planeta, ayudas en línea y consultorios católicos...
La enumeración es incompleta, pero da una idea de las enormes riquezas que se encuentran en Internet, gracias a tantas personas (que van desde quienes trabajan en el Vaticano hasta quienes publican material en parroquias o como bautizados en sus hogares) que han tomado en serio la tarea de hacer presente la fe en el mundo digital.
Hay un aspecto que tiene su relevancia. Lo que en el ámbito “tradicional” de las publicaciones en papel, en la radio o en la televisión, implicaba altos costos y serias dificultades para realidades eclesiales pequeñas o dotadas de pocos medios humanos y económicos (para muchos era un sueño tener un boletín parroquial, editar una revista, preparar y difundir programas de radio o de televisión a nivel diocesano o nacional), resulta ahora asequible a muchos (por desgracia, todavía no a todos), hasta el punto de que son cada vez más los individuos, las asociaciones, las parroquias o las diócesis que pueden crear su propia página en Internet.
Además de la información y material didáctico (algo que caracteriza lo que ha sido llamado Red 1.0 o Web 1.0), Internet permite crecientes posibilidades de interactuar y de establecer grupos de contacto o redes sociales (lo que es conocido como Red 2.0 o Web 2.0), lo cual tiene un valor relevante para los católicos.
Por ejemplo, Internet permite establecer relaciones ágiles y articuladas entre católicos de una misma parroquia, de un movimiento o comunidad eclesial, o de diferentes lugares del planeta. Facilita, además, la intercomunicación en la Iglesia a todos los niveles (desde el Obispo de Roma hacia todos los bautizados, entre obispos, entre obispos y sacerdotes, entre religiosos, entre pastores y fieles, entre fieles...).
Bastaría con evocar como ejemplo la facilidad de acceso a documentos y discursos del Papa y de la Curia romana desde la creación de la página www.vatican.va, así como las amplias potencialidades de información y de comunicación gracias a las páginas de las conferencias episcopales o de numerosas diócesis de la Iglesia. Pueden también crearse sistemas de intercambio de información, modos concretos para elaborar planes o para compartir programas que permitan informatizar los archivos parroquiales o diocesanos, etc. (cf. Pontificio Consejo para las comunicaciones sociales, Iglesia e Internet, nn. 5-6).
2. Algunos riesgos y situaciones problemáticas
Junto a lo mucho bueno, Internet no carece de elementos que merecen una atención crítica. Existen, además, peligros, que pueden llevar a un mal uso de este nuevo espacio comunicativo, como ya ocurría (y sigue ocurriendo) con los mass media tradicionales.
Ya el Concilio Vaticano II, en el decreto Inter mirifica (n. 2), avisaba del peligro de un mal uso de los medios de comunicación. La idea se aplica a Internet en el documento del Pontificio Consejo para las comunicaciones sociales que lleva por título Ética en Internet (n. 2). En cierto sentido, al aumentar el poder de los medios, especialmente con la facilidad y rapidez de acceso que ofrece Internet, los peligros se hacen más tangibles y aumenta así su potencial dañino.
Uno de esos peligros se produce al fomentar en los “consumidores” una vida de sentidos que llega a ofuscar el uso de la razón (cf. Pontificio Comisión para las comunicaciones sociales, Communio et progressio, n. 21). Otro radica en la creación de modos de pensar y de ver la realidad distorsionados o incompletos. Podemos leer en el documento Aetatis novae lo siguiente:
“Los medios de comunicación tienen la capacidad de pesar no sólo sobre los modos de pensar, sino también sobre los contenidos del pensamiento. Para muchas personas la realidad corresponde a lo que los medios de comunicación definen como tal; lo que los medios de comunicación no reconocen explícitamente parece insignificante” (Pontificio Consejo para las comunicaciones sociales, Aetatis novae, n. 4).
Un tema de siempre, que incide hondamente en el mundo digital, consiste en las prisas. Hay periodistas (o autores de blogs o de páginas de Internet) que conquistar el “primado”, adelantarse a los demás a la hora de ofrecer un dato o una noticia, y olvidan que una buena información requiere contrastar los datos, hablar con personas competentes, etc. Al respecto, podemos recordar lo que se afirmaba en Communio et progressio:
“Como los medios de comunicación, por su misma naturaleza, exigen noticias y comentarios repentinos, ocurre muchas veces que los periodistas más superficiales e ineptos ganan la delantera, siendo además los que encuentran mayores oportunidades de trabajo” (Communio et progressio, n. 38).
En relación con este punto, se dan otros problemas que se agudizan de modo especial en Internet por su facilidad divulgativa:
“La difusión de Internet también plantea otras muchas cuestiones éticas concernientes a asuntos como la privacidad, la seguridad y confidencialidad de los datos, el derecho y la ley de propiedad intelectual, la pornografía, los sitios cargados de odio, la propagación de rumores y difamaciones disfrazados de noticias, y muchos más” (Pontificio Consejo para las comunicaciones sociales, Ética en Internet, n. 6).
Señalemos ágilmente otros peligros. Uno consiste en la difusión de una mentalidad de consumo aplicada al ámbito intelectual: el internauta se acostumbra a tomar lo que le gusta y a dejar de lado lo que le incomoda, sin preocuparse por el criterio base de todo discernimiento que radica en la búsqueda y el amor hacia la verdad (cf. Pontificio Consejo para las comunicaciones sociales, Iglesia e Internet, n. 9). Este peligro se relaciona con la difusión de una mentalidad relativista, para la cual todas las posiciones tienen el mismo valor, por lo que se renuncia al trabajo exigente pero necesario que lleva a discernir y separar lo verdadero de lo falso (cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales 2002, n. 4).
Otro peligro se da si las personas se encierran en Internet y no llegan a establecer relaciones interpersonales ni a participar en la vida comunitaria, cuando la Red debería llevar a las personas desde el ciberespacio a la comunidad (cf. Pontificio Consejo para las comunicaciones sociales, Iglesia e Internet, n. 9; Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales 2011). Si no se afronta con realismo este riesgo, puede llegarse a una situación en la que Internet, en vez de unir a las personas, las aleje y las aísle:
“El ‘web’ del futuro, en lugar de ser una comunidad global, ¿podría convertirse en una vasta y fragmentada red de personas aisladas -abejas humanas en sus celdas-, que interactúan con datos y no directamente unos con otros? ¿Qué sería de la solidaridad, o qué sería del amor, en un mundo como ese?” (Pontificio Consejo para las comunicaciones sociales, Ética en las comunicaciones sociales, n. 29).
En este sentido, es oportuno señalar que en Internet puede darse un riesgo denunciado por el empresario italiano Michele Norsa: “la tecnología nos acerca a los lejanos y nos distancia de los cercanos”.
3. A modo de una breve conclusión
Por lo que acabamos de ver, la Iglesia es consciente tanto de los puntos positivos como de los riesgos y elementos negativos que son propios de los medios de comunicación (en general), y que se dan, con aspectos nuevos, también en el mundo de Internet.
El mundo digital está ante nosotros como un territorio inmenso que promueve el intercambio de informaciones y el encuentro entre las personas, que deja amplios espacios al diálogo. Las enormes posibilidades interpelan nuestra fe católica, que es por su misma naturaleza misionera, pues la verdad no puede quedar encerrada en la propia vida, sino que nos impulsa a la condivisión.
Desde un adecuado conocimiento de Internet, pero sobre todo desde una fe viva y un estudio serio y cordial de la doctrina católica, los bautizados estamos llamados a lanzarnos al mundo cibernético, conscientes de los peligros que encontraremos, pero llenos de esperanza ante las posibilidades de bien que se ofrecen en este rico y casi universal areópago moderno.