Es una verdad que Jesucristo enseñó. Los pecados son voluntarios y libres. El que ama a Dios es cada vez más libre porque domina sus pasiones y domina el carácter.
El Cielo es la mayor libertad.
El Infierno es la mayor esclavitud.
Cándido Pozo, experto en el tema, explica que “El primer tratado que se escribió en la Iglesia sobre las realidades últimas, lo hizo, san Julián de Toledo en 688, después de una conversación con Idalio, obispo de Barcelona, que se había desplazado a la capital del reino visigodo con ocasión del XV Concilio de Toledo. Es curioso que san Julián insista en que se evite el fundamentalismo en la manera de concebir las realidades posteriores a la muerte. Él sabe que infierno significa etimológicamente lo que está debajo; pero advertirá que no se tome la expresión al pie de la letra como localización del infierno. Lo bajo en un sentido espiritual es lo triste: de la misma manera que en lo corporal lo pesado va abajo, así lo que apesadumbra el alma, lo deprimente, lo triste, es lo que espiritualmente se considera abajo. Para san Julián de Toledo el fuego del purgatorio no es material, sino una metáfora para expresar el sufrimiento del alma que se purifica. Tampoco el valle de Josafat es una denominación geográfica, ya que Josafat significa el juicio del Señor (...). La doctrina de fe sobre el infierno no implica una concepción de Dios que se complazca en torturar a sus hijos pródigos con un tormento infligido desde fuera. Es el hombre el que se cierra a Dios y se aleja de Él; la conciencia de haber errado el camino, que será nítida en la otra vida, más el aislamiento escogido por quien pretendió suplantar el puesto de Dios, constituyéndose egoístamente en centro, implica el dolor eterno”.
En el infierno hay un vacío inmenso, “el gusano que roe” es el remordimiento de conciencia perpetuo sin posibilidad de arrepentimiento. Hay un odio perpetuo a sí mismo y hacia los demás. Dios es Amor pero el condenado no quiere llegar a Dios. Con la muerte su voluntad queda cerrada, “petrificada” en el rechazo a Dios o en la obediencia al Señor.
Dios puede perdonar los pecados mortales por el sistema que él quiera, pero el que conocemos es el de la Confesión.
Alfonso el Sabio cuenta en sus Cantigas que un hombre recibió de penitencia llenar un vaso de agua. Fue al mar y no pudo llenarlo; fue al río y no pudo llenarlo; fue a una fuente y a otra y no pudo llenarlo. Pensó en su vida mala, en Dios, en el perdón divino, y lloró, y se llenó el vaso a rebosar.
La penitencia no es sólo mortificación, sino dolor de nuestros pecados.
Una señora acudió a un médico y le preguntó:
—¿Tiene la píldora anticonceptiva efectos secundarios?
—Sí señora, contestó el médico lacónicamente.
— ¿Cuál es el principal efecto secundario?-, preguntó.
— Que si la toma sistemáticamente se puede ir al infierno.