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Ignorancias Culpables

¿Existen ignorancias culpables? O, en otras palabras, ¿existe obligación de saber ciertas cosas?

La respuesta a la segunda pregunta lleva a la respuesta a la primera: si hay obligación de saber algo antes de actuar, entonces habría ignorancias culpables.

Podemos decir, con certeza, que sí existen ignorancias culpables. Porque todos estamos obligados a conocer cuáles son los deberes y responsabilidades que nos corresponden como hijos, como esposos o padres, como miembros de la sociedad, como profesionistas, como católicos.

Es culpable la ignorancia de los novios que no han reflexionado en serio si aceptan al otro en sus cualidades y en sus defectos, que no se plantean si son capaces de vivir como esposos y como padres hasta que la muerte los separe.

Es culpable la ignorancia de unos padres que no buscan el mejor modo para cuidar, curar, educar y orientar a los hijos en el camino de la vida. Como también es culpable la ignorancia de los hijos que prefieren estar ocupados con juegos electrónicos o con otras diversiones en vez de conocer y tomarse en serio sus deberes hacia los padres, hacia los estudios, hacia los amigos, hacia la sociedad.

Es culpable la ignorancia de quien usa desconsideradamente su dinero en apuestas que ponen en peligro el patrimonio familiar, sin reflexionar primero sobre los muchos peligros de los abusos en este campo.

Es culpable la ignorancia del médico que comete errores por no haber querido actualizar su saber, por haber optado por hacer un diagnóstico rápido en vez de controlar seriamente todos los datos, por secundar los deseos de un paciente en vez de preguntarse si tales deseos estaban o no de acuerdo con la deontología médica y con las leyes justas de un pueblo.

Es culpable la ignorancia del político que no reflexiona a fondo acerca de las consecuencias de sus decisiones para el bien de la gente, especialmente de los más pobres, de los ancianos, de los enfermos, de los niños.

Es culpable la ignorancia de un católico que no trabaja por conocer su fe, que no lee con una buena guía la Biblia, que no consulta a sacerdotes o laicos bien preparados, que no se pregunta si sea o no sea pecado el emborracharse, el abusar de la comida o del tabaco, el consumir drogas, el entregarse a caprichos sexuales, el vivir sin responsabilidad respecto al ambiente, al orden público, a la lucha por la justicia en su propio país y en el mundo globalizado.

Es culpable la ignorancia de quien llega a descubrir que muchas noticias divulgadas por la prensa sobre la Iglesia son falsas o distorsionadas pero no pone medios concretos para llegar a conocer de primera mano la doctrina católica o las intervenciones del Papa y de los obispos.

Hay muchas ignorancias culpables. Porque es más fácil vivir con prisa y seguir las propias "corazonadas" que buscar en profundidad lo que sea verdaderamente justo y bueno. Porque las pasiones presionan de mil modos para que no reflexionemos sobre nuestros actos y para que sigamos al instinto antes que a la voz de la conciencia bien informada. Porque la misma sociedad difunde continuamente ideas erróneas sobre el bien y sobre el mal, y cuesta mucho luchar contra corriente para decidir no según las modas sino según una vida deseosa de buscar a la verdad del Evangelio, configurada según las enseñanzas del Maestro y de su Iglesia.

Hay ignorancias culpables, y pueden ser vencidas. Con más honestidad, con humildad sincera, con un profundo deseo de ser buenos, con el compromiso práctico por estudiar los principios éticos y las enseñanzas de la Iglesia. De este modo, habrá menos ignorancias culpables. Habrá, sobre todo, más hombres y mujeres comprometidos seriamente a vivir y testimoniar las bellezas del cristianismo, entregados con toda su mente y con todo su corazón al verdadero amor a Dios y al hermano.