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Homilía Sábado Santo

Homilía del Sábado Santo
A la espera de la Resurrección con María
Antiguas homilías orientales escriben a propósito del Sábado Santo, día de luto inmenso, de silencio de plomo, de espera vigilante de la Resurrección: " Tema de nuestra predicación es la continua presencia de la Madre heróica al pie del sepulcro. Pues mientras todos se retiraron, solo ella, la Madre, consumida por el fuego impetuoso del amor, con fe y ánimo firme, se sentó junto a la tumba, olvidándose de comer y descansar. Solo ella la Madre, fue testigo de los hechos que precedieron la Resurrección y oyó aquel terremoto suave que despertó los muertos y arrojó en el sueño a las guardias que velaban ante el sepulcro".
No se puede pasar el Sábado Santo sin pensar en la Virgen María. Con el dolor de la Madre de un condenado que resiste mientras tiene ante sus ojos o entre sus brazos al muerto, pero se queda sin nada cuando se ha depositado en el sepulcro al hijo de sus entrañas y al Dios de su vida entera. No se puede olvidar en este momento la figura de María, la discípula que conserva en su corazón las palabras del anciano Simeón, que si le profetizó que Cristo sería signo de contradicción y una espada traspasaría el alma, también le indicaba que Jesús sería signo de resurrección. Lo que los discípulos habían olvidado, María lo conservaba en el corazón: la profecía de la resurrección al tercer día. Y María esperó hasta el tercer día. En una hermosa secuencia de la Resurrección se le pregunta a la Madre quién le ha dado la noticia de la vuelta a la vida de Cristo su hijo, cuando el domingo de Pascua la ven gozosa como si ya supiera de antemano la gran noticia de la resurrección de Cristo. "Dínos de quién lo has sabido, le preguntan las mujeres a la Madre. Y ella responde con calma: No he sabido la noticia hermanas, ni por voces de hombres, ni por mensajes de ángeles. Yo ya la conocía. Porque conservaba en el corazón su palabra: resucitaré al tercer día".
Mientras la Virgen espera y es modelo de la Iglesia que anhela la resurrección, es verdad aquello de que es siempre sábado santo, día de espera de alboradas nuevas, de días radiosos, de presencias aromadas del Resucitado en nuestra vida. Si hay noches oscuras hay también alboradas luminosas, hay siempre un tercer día en que Dios cumple sus promesas y se hace presente más allá de nuestras esperanzas y nuestros deseos, como en el alba de la Resurrección.
Juan de la Cruz cantó este misterio de la noche gozosa, de la Virgen María y de la Iglesia, la de cualquier persona que espera las promesas y las fidelidades de Dios, la noche de pascua. Esta noche que con el pregón pascual inspiró y dió definitivo tono gozoso y nupcial, de resurrección a las conocidas estrofas sanjuanistas: " Oh noche que guiaste", como la del pueblo de Israel y de la Iglesia. " Oh noche amable más que la alborada", como la de la resurrección, secreto y desconocido momento de la historia. Oh noche que juntaste Amado con Amada, amada en el Amado trasformada". Como la del encuentro del nuevo Adán vuelto a la vida, con la nueva Eva, Madre del Resucitado, con la Iglesia esposa del Señor.