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Homilía de matrimonio

Queridos Daniela y Alejandro: Comencemos definiendo el matrimonio como: “La unión contractual indisoluble, entre un hombre y una mujer, para formar una familia, tener hijos y educarlos”. (No pierdan de vista que siempre se trata de la unión entre dos seres imperfectos. Por lo tanto, no se desanimen al descubrir sus defectos).

Hoy en día se levantan muchas voces contra algunos principios de esta definición; veamos:

1º. Los que aceptan que el matrimonio se disuelva en los casos de que no cumpla con las expectativas de los esposos o, si acaso, aceptan que: “el matrimonio es para toda la vida; pero no en todos los casos”. 

2º. También la de los que afirman que el matrimonio ha de durar mientras haya amor. Un buen día la señora de la casa abre el refrigerador y se da cuenta que se acabó la leche..., otro día descubre que se acabó el amor. ¿De quién es la culpa? Lógicamente de quienes no lucharon por mantener el amor encendido.

3º. Para tener hijos: Vivimos en una época en la cual los hijos son vistos como una bendición siempre y cuando estén sanos... y no sean más de dos; pues aquellos que sobrepasan este número son vistos más como “causa de problemas”, perdiendo de vista que, dentro de los planes de Dios, son futuros bienaventurados quienes habrán de gozar de Él por toda la eternidad. 

4º. Para educar a los hijos. Son muy pocos los padres que han estudiado Pedagogía, como ciencia de la educación, y se pasan la vida improvisando en la formación de sus hijos. Por si fuera poco, hay muchos padres varones que le dejan “ese asunto” a su señora... y, si acaso, asisten a las juntas de padres de familia de la escuela... cuando se ven obligados.

Ustedes han decidido casarse en una época en la que el hombre está en crisis; por eso aparecen las crisis en la sociedad, en los matrimonios, en la Iglesia, en la política. Una muestra de ello la podemos ver en que para muchos jóvenes de nuestra sociedad la Ciencia más socorrida es la Antropología, pues se pasan la semana entera pensando en poder ir a los “antros”; y los adultos nos hemos convertido en “eufemistas”, convirtiendo las realidades feas o malas, en bonitas y buenas, con el viejo truco de cambiarles de nombre, creando así un “lenguaje social”, por un pretendido respeto a la libertad de los demás, y de esta forma, por ejemplo, solemos ridiculizar a otros cuando nos molesta el buen ejemplo que nos dan.

Es muy grande el peligro de ser arrastrados por un ambiente contaminado de mentiras y críticas. Cuando el hombre traiciona la verdad, se traiciona a sí mismo, puesto que nuestra inteligencia debe enfrentarse a la realidad para conocerla, y no para inventarla. Recuerden, y enseñen a sus hijos cuando llegue el momento, que sólo los peces vivos van contra corriente.

Nuestra misión consiste en redescubrir que el ser humano fue creado por Dios para ser santo. Para que viva amándolo, en todo momento, y lugar..., y esto por supuesto incluye al matrimonio; que se convierte así en una vocación divina...: camino de santidad. Como tantas veces predicó San Josemaría Escrivá de Balaguer. 

El matrimonio es una realidad donde el hombre y la mujer deben descubrir a Dios..., descubriendo a sus semejantes; amar a Dios..., amando a sus semejantes, y servir a Dios..., sirviendo a sus semejantes. Pero para poder llegar al plano sobrenatural hay que alcanzar un cierto grado de madurez humana y no estamos acostumbrados a profundizar. Solemos estancarnos en la crítica y en la queja ante los males de un mundo que nos promete hacernos guapos y felices por medio de las tarjetas de crédito. (He aquí otro eufemismo, pues deberíamos llamarlas: “tarjetas de deuda”).

Daniela y Alejandro: ¿Quieren ser felices? Propónganse, pues, hacer feliz a su cónyuge y ustedes saben bien que tendrán que acudir a Dios, todos los días de sus vidas, para que Él les dé la paciencia, la comprensión, la constancia y el amor que van a necesitar.