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héroes y Héroes

En 2001 apareció en cine la primera parte de los X-men de Marvel. Para los que habían seguido de cerca los cómics y las series en dibujos animados supuso una alegría inmensa: el papel se “hacía” de carne y hueso y los súper poderes de las caricaturas se volvían realidad gracias a los efectos especiales a través de las modernas tecnologías capturadas por el celuloide. Ya años atrás habían sido llevadas a la pantalla grande historias como las de Superman, Batman o la Mujer Maravilla, pero fue a partir del 2001 que las películas de este género se comenzaron a multiplicar de esta manera. Ahí están Spiderman, Catwoman, Los Cuatro Fantásticos o las más recientes versiones de Batman o Superman.

Pero no, el hecho de que esos personajes capturasen tanto nuestra atención no se debía únicamente a lo “súper” que eran. Había algo más. El común denominador de todos, por lo menos de los buenos -y esos son los que mayormente atraen- es el bien que hacían. Es verdad, también eran famosos pero la fama procedía de esa fuente primaria: el bien obrado. Sus buenas acciones, la búsqueda de lo mejor para la humanidad, era el manantial de donde nacía la admiración a ellos debida. Quienes han leído y abundado más en las historietas de papel saben que muchas de las “vidas” de los súper héroes se apagan definitivamente en una lucha contra el enemigo que desea acabar con la humanidad. Mueren salvando a los hombres y por eso precisamente son héroes.

Tristemente, todos esos personajes, meras proyecciones de lo que a muchos les hubiera gustado ser, permanecen en la frontera del mundo irreal, de un mundo imaginario que sencillamente no es.

Pero hay otro tipo de héroes cuyos poderes no proceden de la imaginación de ningún ser humano ni su existencia está condicionada a una historieta por muy de cine que sea. Sus acciones no se quedan en lo pasajero de la existencia en este mundo sino que miran a la eternidad de una vida plena y permanecen en continua tensión hacia ella. Muchos de ellos hoy ya no están en la tierra pero su huella permanece y es estímulo para los héroes que siguen existiendo. Son los mártires.

Por la sangre de la bimilenaria vida de la Iglesia católica circulan los testimonios de hombres y mujeres que han dado su vida por la humanidad. De sus ojos no han salido rayos destructores capaces de derribar de un tirón decenas de enemigos sino la expresión más fina de una mirada de amor y perdón hacia los verdugos. De las manos de esos héroes no han salido telarañas, garras o luces que pudieran liberarles de ese trance y sí en cambio se han unido en signo de oración significando el deseo de encontrarse ya con el amado en persona. No, esos héroes no son hábiles para provocar tormentas, convertirse en fuego, transmutarse momentáneamente en animales, echar hielo o hacerse invisibles. Sus poderes son la oración, la firmeza de su fe y, sobre todo, su amor y confianza en Dios. Son tan humanos que precisamente por eso atrapan y admiran: por su sencillez, por poner con su ejemplo al alcance de todos la heroicidad.

¿Qué han hecho por la humanidad? Defender la libertad religiosa. ¿Qué les han dejado en legado a los hombres? La primacía de Dios sobre todas las cosas. ¿Por qué han muerto así? Porque prefirieron obedecer a Dios antes que a los hombres; porque optaron por la Verdad y no por sucedáneo de ella o mentiras. ¿Qué lección se puede obtener de su oblación? La coherencia, la radicalidad, el abandono, el amor, el arrojo…

Estos héroes no son sólo del pasado. Están en nuestro hoy, son actuales, son nuestros contemporáneos. Ahí están China, Medio Oriente, Sudán, Arabia donde el martirio, para los católicos, es cosa de todos los días. Ciertamente el martirio no siempre es cruento pero no deja de ser martirio. El siglo pasado fue, como en los primeros siglos del cristianismo, fecundo en mártires: México, España, Europa del Este, Alemania. Y seguirán existiendo. Seguirán habiendo héroes de carne y hueso mientras haya vida humana en esta tierra. Seguirán habiendo generaciones, ejércitos de hombres y mujeres que defiendan al hombre muriendo por la fe en el único Dios. Y es que no es una opción, es el único camino si se acepta la radicalidad del Evangelio.

Hubiera sido interesante saber si Superman, Spiderman o Batman hubieran dado la vida también por Dios en los hombres. De haber sido así no sólo hubieran sido súper héroes a secas sin más gloria que la de aquí abajo sino Héroes colmados con una corona eterna.