Navidad es una forma anticipada del encuentro con Dios, es una antelación del momento anhelado por quienes sabemos que seremos resucitados con Cristo para contemplar a Dios por la eternidad, para estar con Dios, para ser con Él.
En efecto, la Navidad, este tiempo en que la paz inunda a los hombres de buena voluntad, permite anticipar, en un ciclo que se repite cada año, el encuentro con nuestro Dios que ahora se hace niño y que reposa en las pajas del pesebre, en Belén de Judá hace dos mil años, y en el corazón de todo aquel que se lo ofrece como pesebre para que allí nazca, repose, y crezca todos los días de su vida hasta que llegue el momento del encuentro definitivo y eterno.
La Navidad nos supera, va más allá de toda lógica humana, rebasa todo entendimiento, toda explicación; es misterio que nos inunda porque proviene de lo Alto, que nos cubre con su trascendencia porque es eterna, y que nos llama a la contemplación porque es cercanía, inmediatez y vecindad de Dios entre nosotros.
El Creador del Universo no deja de sorprender a su creatura porque, como dice la oración del Adviento: “Esperábamos la gloria deslumbrante del Señor y tú nos mandaste un tierno niño, en el silencio de la noche”. Dios se despoja de su divinidad y se reviste de nuestra humanidad, asume la carne y la sangre de María en su seno virginal y viene al mundo como venimos todos, luego de nueve meses, aunque es Dios, como un hijo de hombre.
El Todopoderoso no cesa de maravillar al hombre porque, como reza la oración de la Espera: “Esperábamos un guerrero y tú nos has enviado un príncipe de la paz”. Nos desarma de toda pretensión de conquistar el mundo y gana para nosotros el Paraíso celestial, nos demuestra que la gloria de este mundo es transitoria, nos dice que de nada sirve al hombre ganar el mundo si deja perder su alma, y nos hace ver que el mal no puede vencerse con mal sino sólo con el Bien.
El Altísimo no para de fascinar a su rebaño porque, como dice la alabanza del pesebre: “Esperábamos al Dios fuerte y omnipotente, y tú nos has dado un manso cordero”. Para formar parte del rebaño se hace una de las ovejas, para conocerlas de cerca, para ser como ellas, para ser dócil y manso, para permanecer callado mientras le trasquilan, para dar testimonio silente como el cordero que es degollado para el sacrificio.
El que es el Amor no deja de enamorar a quienes ama tanto porque, como se reza en Navidad: “Teníamos mucho miedo y tú nos has dado el amor, la paz y la vida”. Siempre estaremos temerosos por la iniquidad que nos rodea, por la obra del mal que de continuo se manifiesta y que provoca un miedo cotidiano creciente y amenazador. Ese miedo, estos miedos, los echa afuera de nosotros la Fe, la capacidad de conocer que el tiempo de la plenitud ha comenzado, que sus signos son el amor, la paz y la vida; que la Fe no viene sola, que la acompañan la Esperanza y el Amor, porque Dios nos ha hecho capaces de Dios.
El Dios Óptimo, Máximo, no cesa de regalarnos porque, como oramos en la Natividad: “Esperábamos recibir mucho de ti y tú has superado nuestra capacidad y deseo, tú mismo te nos has dado, todo entero y para siempre”. El Dios inmortal, el Verbo Eterno, se ha hecho mortal por nosotros, se nos ha avecindado para vivir en medio nuestro, para convivir en nuestra historia con su serena presencia, con su segura compañía, con su cumplida promesa. Se ha empeñado, a pesar de ser siempre ofendido, en regalarnos, en entregarse, en regalarse.
Por todo esto es que la Navidad, más que un tiempo de regalar, es el tiempo de saberse regalado, de recibir el gran don de Dios que se regala en la entrega de su Hijo Jesús a nuestro mundo. Navidad es también el tiempo de corresponderle a Él en los demás.
“Esperábamos la gloria deslumbrante del Señor y tú nos mandaste un tierno niño, en el silencio de la noche. Esperábamos un guerrero y tú nos has enviado un príncipe de la paz. Esperábamos al Dios fuerte y omnipotente, y tú nos has dado un manso cordero. Teníamos mucho miedo y tú nos has dado el amor, la paz y la vida. Esperábamos recibir mucho de ti y tú has superado nuestra capacidad y deseo, tú mismo te nos has dado, todo entero y para siempre”.