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Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

Una vez iba en autobús a una cierta ciudad. Me toca estar al lado de una señora, un poquito locuaz. Me contó, como se dice, “si vida y milagros”. A mí me sorprendió como tuvo tanta confianza en mí. Desde luego, el ser sacerdote ayudó bastante.

Me contó sobre su infancia, que no había sido del todo feliz. Era hija única. Había perdido a su padre a los tres años y a su madre a las doce años. Una tía le había acogida. Sin entrar en detalles, me dijo que había tenido una vida un poco “pesada”. Finalmente había encontrado un hombre bueno que era ahora su esposo. No era un señor ni rico ni hermoso, pero sí era muy trabajador y sobre todo, fiel a ella. Ya tenía dos hijos. Desde luego, yo creí todo lo que me dijo, aunque no tenía manera de comprobarlo. No tenía porque pensar que podría estar inventando una historia.

Si esta señora no me hubiera hablado sobre sí misma y sobre su historia, ella hubiera quedado un misterio para mí. Nunca hubiera sabido nada sobre su infancia infeliz, su juventud “pesada”, su matrimonio feliz. De alguna manera hubiera quedado como un pasajero más en el autobús.

Pienso que Dios Nuestro Señor nos ha contado sobre Sí mismo en la Biblia, especialmente en los Evangelios. Él mandó a su Hijo a contarnos la historia. Desde luego, no es fácil entender lo que cuenta sobre Sí mismo, pero no tenemos razón para dudar de su palabra. Él nos ha hecho el favor de contárnoslo, incluso con el riesgo de no ser creído.

Y si Dios no hubiera contado sobre el misterio de la Santísima Trinidad, ¿qué diferencia hubiera hecho? ¿Qué cambiaría en nuestras vidas? Si aquella señora no me hubiera contado sobre su persona y historia, yo hubiera quedado igual. Sin embargo, si Dios no nos hubiera revelado su misteriosa Trinidad, yo no me quedaría igual. Pensemos en el bautismo: no habría bautismo, pues nadie podría bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”; no habría nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, pues no podría entender que la segunda persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre, sin conocer la verdad de la existencia de la Santísima Trinidad. No habría sacramento de la confirmación, pues no podría recibir el don del Espíritu Santo sin conocer quién era.

Gracias a la revelación del misterio de la Santísima Trinidad, podemos dirigirnos a Dios Padre en el “Padre Nuestro”, podemos recibir a su Hijo en la Eucaristía, podemos pedir que el Espíritu Santo nos inspire lo que debemos hacer y evitar.

En este Año Santo estamos ando culto de una manera especial a la Santísima Trinidad. Es la verdad más fundamental de nuestra fe. Glorifiquémosle especialmente por medio de esa oración tan hermosa: “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos”.