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Frente a la cruz

Nos dejan sin palabra tus silencios. Fueron tres horas de agonía, de dolor, de fracaso. El mundo te sigue mirando y se pregunta si valió la pena, si tuvo un sentido esa muerte, si la redención viene del madero, si queda esperanza entre tus brazos.

Han pasado casi 2000 años desde aquel día. Corazones heridos han buscado consuelo entre tus llagas. Pupilas llorosas han suplicado un descanso, la salud, el fin de la injusticia, un poco de consuelo. El silencio de la tarde del Calvario nos deja absortos, a veces tristes, tal vez postrados, abatidos, bajo dolores como el tuyo.

¿Por qué la cruz? ¿Por qué el calvario? ¿Por qué los clavos, la corona, los insultos, la sed y la derrota? ¿Por qué, tras tantos siglos, hombres y mujeres agonizan entre llantos sin consuelo?

El silencio del Viernes Santo llega hasta el fondo de las venas. La sangre quiere detenerse, o convertirse en caudal para injertarse en ti. Intuye que el Padre no te dejó, pero no comprende ese misterio infinito de tu agonía, de la presencia del amor en tu derrota.

Hay que mirar así, simplemente, desde el dolor y la esperanza, a esa cruz. Moriste allí, una tarde, entre tinieblas. Tinieblas que cubren hogares y plazas, desiertos y jardines, palacios y suburbios. Tinieblas de quien es reo y de quien hace de verdugo, de quien mata y de quien es matado, de quien ama al esposo infiel y de quien infiel lo es desde muy joven.

La tumba abierta espera tu cuerpo. Pero no podrá contener esa carne bendita, llena de amor y de renuncia. Esperamos, con anhelo, el domingo de la Pascua. También cuando no hay luz, cuando no vemos claro ningún camino hacia adelante. También cuando el dolor nos clava, como a ti, en un madero, una tarde, un día, un mes o un año de agonía...