En una entrevista al cantautor Aute, manifestaba, entre otras cosas, lo siguiente:”No se puede ser feliz eternamente”. En esta coloquial expresión está condensada la preocupación más grande, el anhelo más íntimo y el interés más acuciante del ser humano de todos los tiempos, de todas las razas, culturas y religión.
Todo, absolutamente todo carecería de sentido, si faltase la continuación y la plenitud de tantos momentos maravillosos que cada cual va encontrando y experimentando en su vida. Todo aparece como efímero, caduco y relativo. Y es que el ser humano - se confiese o no- está hecho para la felicidad plena, la vida eterna y el Absoluto.
Si no fuera así, la vida con todo lo que está conlleva, sería una estafa, un absurdo.
Pues bien, para dar respuesta cumplida a este problema, -¡el más importante que el hombre puede plantearse¡-vino una persona hace más de 20 siglos, llamada Jesús de Nazaret, Cristo, el Hijo de Dios, con la pretensión inaudita de ser “El camino, la Verdad y la Vida”para toda la humanidad. El dijo:”Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque muera vivirá y todo el que cree en mí, no morirá para siempre”
Este y no otro ha sido el núcleo del mensaje cristiano desde hace 20 siglos.
La Iglesia - y con ella todos los cristianos de todos los tiempos-seguimos proclamando esta buena noticia (Evangelio) en el nombre del crucificado y del resucitado.
No es cuestión de silogismos y demostraciones, sino de fe.